La doncella de Orléans – Parte 4: Epílogo

 

Las últimas tres meditaciones, se las hemos dedicado a Santa Juana de Arco. Nosotros, como comunidad, rezamos cada día pidiendo que se nos conceda comprender aún mejor su misión y que su honor sea plenamente restituido.

¿Por qué pedimos eso? Muchas veces Santa Juana no ha sido comprendida adecuadamente. No se podía imaginar que Dios intervendría de esta forma en el curso de la historia, y que, a través de una jovencita, podría dar un giro tal a la situación de guerra. Muchas veces, sigue en pie hasta hoy esta incomprensión…

Si se pretende entender a la Doncella de Orléans con conceptos meramente humanos, rápidamente se habrán agotado las explicaciones, o bien uno corre el riesgo de recurrir a teorías que, de ningún modo, pueden comprender lo que significó su misión. En el peor de los casos, se considera que la santa, con sus visiones, no era del todo cuerda. O simplemente se niega la influencia que ella tuvo en aquel contexto histórico.

Los ingleses, por ejemplo, sólo querían explicarse el giro que dio la situación como debido a una influencia del Diablo. En consecuencia, querían ver a la Doncella condenada como bruja, con lo cual quedaría destruida su reputación y, al mismo tiempo, podría ponerse en duda la legitimidad de Carlos VII, como habíamos escuchado en el relato de los últimos días.

Sin embargo, viéndolo con la luz de la fe, podremos descubrir precisamente en la elección de Juana de Arco la sabiduría de Dios. Sí, el Señor se complace en escoger lo que es débil ante el mundo, para glorificarse. En el caso de ella, todos podrían ver que esta muchacha, procedente de una aldea de Lorraine, sería incapaz, humanamente hablando, de llevar a cabo una empresa tal.

“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). Entonces, es Dios quien toma la iniciativa en la elección, y no sabemos bajo cuáles criterios lo hace. Pero uno de sus criterios debería resultarnos evidente… Dios vio el corazón de Juana, y sabía que ardía por Él. El Señor desea la cooperación de la persona a la que escoge para Su servicio. Sus criterios no son los talentos naturales; sino la fidelidad del corazón, la profundidad del amor a Dios…

Lo más bello y profundo que podemos descubrir en Juana fue que amó a Dios, y le correspondió plenamente, con la entrega de su vida. Con este punto de partida se nos abre el alma de la Doncella de Orléans, y así podemos comprenderla… Fueron su amor y confianza los que hicieron posible que Dios realizara su obra a través de ella. Así, ella pudo cumplir con su misión y, como consumación de la misma, padecer aquella muerte que antes tanto había temido.

En Juana vivía el espíritu de fortaleza. Es aquel don del Espíritu Santo que le permite a Dios, con nuestro consentimiento, llevarnos más allá de nuestros límites humanos y amarlo a Él más que a nosotros mismos.

Al honrar a Juana por su maravillosa respuesta al llamado de Dios, estamos honrando en primera instancia a Dios mismo. Podemos aplicarle a Juana aquellas palabras que la Virgen María, llena de alegría y humildad, confesó en el Magnificat: “Dios ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava” (Lc 1,48). De forma similar, podemos decir que Dios se fijó en la pequeñez de su hija Juana, y la agració con la gran misión de liberar a su pueblo.

Entonces, el honor de Juana es el honor de Dios. Por eso, es importante que en los relatos y testimonios resplandezca la gloria y la sabiduría de Dios, de manera que esta misión fuera de lo común sea entendida en esta luz. Al quitarle el honor a Juana o al reducírselo, estaremos disminuyendo la gloria que a Dios le corresponde por esta misión.

Ahora bien, la misión de los santos –como la de Santa Juana de Arco– no termina cuando llegan a su patria eterna y están para siempre con Dios. Conocemos una frase de Santa Teresita del Niño Jesús, que, por cierto, también era una gran devota de Juana de Arco: “Después de mi muerte haré caer una lluvia de rosas”. Santa Teresita tenía un gran corazón apostólico y, de hecho, fue proclamada por la Iglesia como patrona de las misiones.

Por tanto, en la meditación de mañana veremos si la misión de Santa Juana de Arco continúa hasta el día de hoy.

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