“Despojaos del hombre viejo, que se corrompe conforme a su concupiscencia seductora; renovad vuestra mente espiritual, y revestíos del hombre nuevo, que ha sido creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas.” (Ef 4,22-24)
Este hombre nuevo, formado según la imagen de Cristo, ha de crecer en nosotros; un hombre que vive como vivió el Señor o, en otras palabras, en cuya vida Cristo puede reinar en amor, desplegando más y más su vida sobrenatural en él.
Dios nos concede todo lo que es necesario para esta transformación. De hecho, en el santo Bautismo obtenemos esta vida nueva como gran regalo. Pero, el que se desarrolle o no, dependerá de nuestra colaboración con la gracia: “Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva” (1Cor 5,7).
¿Cuál es, entonces, nuestra parte?
Por un lado, se requiere el anhelo de convertirse en un hombre nuevo en Cristo. Si estamos conscientes de nuestra pecaminosidad y reconocemos, por tanto, cuánta necesidad tenemos de Redención, clamaremos desde lo profundo del corazón: ¡Ven, Señor, haz de mí un hombre nuevo!
Este mismo clamor resuena cuando queremos corresponder a nuestra vocación, pero, una y otra vez, nos enfrentamos a las dificultades que proceden del “hombre viejo”: ¡Ven, Señor, hazme semejante a Ti!
Mientras que el primer clamor suplica la Redención, para que el Señor nos libere de la miseria del hombre viejo, egoísta e inclinado al pecado; el segundo clamor expresa nuestro anhelo de corresponder plenamente a nuestra vocación y de llegar a ser fecundos para el Reino de Dios. Es necesario que ambos clamores broten de lo profundo del corazón.
En la verdadera entrega al Señor, está incluido el querer dejarse transformar totalmente por Él, sin ponerle barreras en este proceso. Entonces, para que el Señor pueda actuar, hace falta nuestra disposición a cambiar. En la terminología bíblica, esto sería “hacer morir al hombre viejo“.
Ciertamente es un reto, porque aún solemos estar atrapados en nuestra naturaleza humana y actuamos conforme a ella. Todavía no nos ha quedado bien en claro que esta naturaleza humana está herida, y que, al regirnos primordialmente según ella y continuar encerrados en nuestro propio yo, no podremos adquirir una perspectiva sobrenatural.
La Sagrada Escritura es muy clara al indicarnos que, en el proceso de transformación, es necesario dejar atrás el pensar y actuar meramente naturales, para empezar a ver las cosas desde la perspectiva de Dios y en Su luz.
Escuchemos un extracto del filósofo Dietrich von Hildebrand, que se lamenta de que aun católicos practicantes y serios carecen de esta disposición al cambio:
“Existen muchos creyentes católicos que están dispuestos a dejarse cambiar sólo condicionalmente. Se esfuerzan por cumplir los mandamientos y por deshacerse de aquellos defectos que reconocen como pecaminosos. Pero no poseen la voluntad ni la disposición para llegar a ser ‘hombres nuevos’ en su totalidad, para romper con todos los criterios puramente naturales y considerarlo todo a la luz sobrenatural; no quieren decidirse a la ‘metanoia’ total, a la auténtica conversión. Con la conciencia tranquila se agarran, por tanto, a todo lo que les parece justificado según normas naturales. Mantienen sin remordimientos su autoafirmación, es decir que no se ven obligados a amar a los enemigos, permiten que se despliegue su soberbia dentro de ciertos límites y se creen tener derecho a defenderse con reacciones naturales contra todo tipo de humillaciones. Sin cuestionarlo pretenden ser honrados en el mundo, no quieren pasar por ‘locos de Cristo’, conceden derecho, dentro de ciertos límites, al respeto a la opinión ajena, en definitiva; quieren también ser aprobados a los ojos del mundo. No están dispuestos a romper totalmente con el mundo y sus pautas.”
Podemos darnos cuenta que aquí nos adentramos en una dimensión más seria del seguimiento del Señor, que va más allá de una vida piadosa en la que aún no se ha comprendido la necesidad de la transformación interior. Posiblemente algunos pongan objeción, diciendo que esta intensidad en el seguimiento de Cristo aplica, en primera instancia, para religiosos y para las almas consagradas.
¡Pero no es así!
Por supuesto que aquellos que han abandonado el mundo por causa de Cristo están particularmente comprometidos con este llamado, porque todo su estilo de vida se orienta a él. Pero recordemos que las cartas de San Pablo, en las que habla de despojarse del hombre viejo, revestirse del nuevo, y así sucesivamente, están dirigidas a las comunidades; y por tanto, está hablándoles a todos los cristianos en general. Esta invitación se dirige, entonces, a todo el que quiera seguir al Señor con el corazón.
Para terminar, resumamos nuestra meditación de este día…
Para vivir un intenso seguimiento de Cristo, se requiere el anhelo de convertirse en un hombre nuevo, un hombre que corresponda cada vez más a lo que el Señor le concedió en su Bautismo.
Para ello, debemos estar dispuestos a dejarnos transformar totalmente por Él, a despojarnos del hombre viejo y a colaborar en este proceso de transformación.
El enfoque interior está totalmente vuelto hacia Dios y quiere agradarle a Él.
Si nos damos cuenta de que aún no tenemos lo suficiente este anhelo, o incluso sentimos como un bloqueo interior que se resiste a una transformación, pidámosle al Espíritu Santo que nos conceda el deseo de dejarnos transformar por el Señor. No debemos tener miedo de que podríamos perder algo que corresponde a nuestra esencia, como Dios nos ha creado. Más bien, de lo que nos despojaremos es de aquello que no hace parte de la imagen de Dios en nosotros.