«No hay mejor medida del amor que la confianza» (Maestro Eckhart).
Cuanto más confiamos en Dios, más le amamos. Podemos entender bien esta medida y recurrir a ella para examinar el estado de nuestro amor. Lo mismo se puede decir a la inversa: cuanto menos confiamos, menos ha triunfado el amor en nosotros. Si incluso hubiera desconfianza en nuestro corazón, sería señal de que éste está cerrado y nuestra relación con el Padre Celestial se ha oscurecido.
Se puede aprender a confiar haciendo actos concretos de confianza. Una manera de crecer en ella es recordar una y otra vez todo lo que Dios hace por nosotros y cuántas veces ha escuchado nuestras oraciones, y no olvidarnos nunca de darle las gracias. Si lo interiorizamos conscientemente, entonces nos resultará más fácil tener presente cuántas veces el Señor nos protege y bendice nuestras vidas. También puede ayudarnos la meditación de aquellas frases de la Sagrada Escritura que nos invitan a confiar en Dios.
Cuando nos enfrentemos a situaciones nuevas que escapan a nuestro control, debemos expresar nuestra confianza en el Señor y pedirle que la aumente. Así crecerá una mayor confianza y, en consecuencia, un amor más grande.
Más provechoso aún es tomar conciencia de la confianza que Dios deposita en nosotros. Cuántas cosas nos confía: la vida y la libertad, nos permite acercarnos a la Mesa del Señor, confía los hijos a los padres, los santos sacramentos a los sacerdotes; nos concede el don del entendimiento y, tal vez, una vocación religiosa, entre tantas otras cosas.
Comprendemos entonces que es su amor el que nos lo da todo y que, incluso (¡que Dios no lo permita!), podemos abusar de él. Así, nuestra confianza en Dios se encenderá al ver su confianza en nosotros. ¡Este es un camino santo!