“Vive en la certeza del amor de Dios, y así podrás amarte a ti mismo” (Palabra interior).
Como todos sabemos, la exigencia del amor es muy alta. Nuestro amor humano se queda corto y no basta ni de lejos para corresponder al amor divino. Cuando consideramos la exhortación de Jesús de amar a nuestros enemigos, nos topamos con los límites invencibles de nuestra capacidad humana. Pero no sólo el amor a los enemigos supera con creces nuestra capacidad. Toda la perdición de este mundo, con personas que a menudo están tan descarriadas, sólo puede ser remediada por el amor misericordioso de nuestro Padre Celestial, que se abaja a nosotros, los hombres.
Pero ¿cómo podemos nosotros aprender a amar como nuestro Padre? ¿Cómo podemos crecer en el amor mucho más allá de nuestra capacidad humana y convertirnos en instrumentos del amor del Padre? En otras palabras: ¿Cómo puede el amor de nuestro Padre servirse de nosotros para llegar a los hombres?
La frase inicial de la meditación de hoy nos da una respuesta: se trata de vivir en la certeza del amor de nuestro Padre. Su amor quiere convertirse en el firme cimiento de nuestra vida y crecer día a día. Quiere que, en cuanto despertemos, lo dejemos entrar y permanecer en nuestro corazón, reconociéndolo como sabiduría. Quiere acompañarnos a lo largo de nuestro día y descender a todos nuestros abismos. Quiere velar sobre nosotros durante la noche.
El amor de nuestro Padre quiere llenarnos hasta el punto de regir sobre nuestra vida como algo natural, e inflamarnos de tal manera que se convierta en el criterio bajo el cual midamos todo lo que hacemos y planeamos.
De esta manera, será el Espíritu Santo mismo quien reine en nosotros, convirtiéndonos en personas capaces de amar a los demás con el amor de Dios.