«La causa de Dios es mi causa: nada de lo que le concierne me es ajeno» (San Bernardo de Claraval).
Así habla un alma encendida de amor, que ya se ha acercado mucho a nuestro Padre Celestial y a la que Él ha colmado de su amor. Se puede percibir la intimidad entre San Bernardo y nuestro Padre, y reconocemos esta profunda relación en otra hermosa frase en la que invita a sus hermanos a acercarse al Padre. En esta amorosa invitación, que escucharemos a continuación, vemos cómo había hecho de la causa de Dios su propia causa, pues sabemos bien que nuestro Padre anhela ardientemente que todos los hombres estén cerca de Él para conocerle, honrarle y amarle. Entonces podrá darles todo lo que les tiene preparado.
«¡Bendito beso del amor! No solo haces que reconozcamos a Dios, sino que, como hijos suyos, le amemos como a nuestro Padre. ¿Quién de vosotros, queridos hermanos míos, no ha percibido en su corazón al Espíritu Santo que le hace exclamar: ‘Abbá, Padre’? Por tanto, aquel en quien este Espíritu Santo ha puesto su morada como en el Hijo del Padre, ¿cómo no podría contar con el amor del Padre? Así que, seas quien seas, ¡ten confianza y no titubees!»
Si estamos unidos a nuestro Padre en el amor, será su amor el que arda en nosotros. Todos los deseos de nuestro Padre se convertirán en nuestra propia causa y empezaremos a hacerlo todo con la mirada puesta en Él, y también a examinarlo una y otra vez a su luz. El Espíritu Santo, que clama en nosotros «Abbá, amado Padre», nos hará entender su voluntad. Jesús llama amigos a sus discípulos: «A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer» (Jn 15,15).
Se ha despertado un amor que nunca se extinguirá, sino que crecerá cada vez más. Ya aquí, durante nuestra vida terrenal, este amor a Dios es la mayor dicha y nuestro verdadero hogar. ¡Cuánto más lo será cuando contemplemos a nuestro Padre en la eternidad!