Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea oyeron que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión le reprochaban: “¡Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos!” -le decían. Pedro comenzó a explicarles de forma ordenada lo sucedido.
Pedro pudo disipar las objeciones de los judeocristianos relatándoles con todo detalle lo sucedido. También los apóstoles y los hermanos de Judea tenían que entender aún que el designio de Dios había querido que ahora el Evangelio llegara a las naciones. Pedro supo reconocerlo gracias a las indicaciones concretas que el Señor le había dado a través de la visión. También fue él quien dio este paso esencial al bautizar a Cornelio y a las personas que habían escuchado junto a él su predicación. Pedro concluyó su relato a la comunidad cristiana de Jerusalén sobre los acontecimientos con las siguientes palabras:
“Cuando comencé a hablar, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, igual que al principio lo hizo sobre nosotros. Entonces recordé la palabra del Señor cuando decía: ‘Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo’. Si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, que creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios?” Al oír esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: “Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida” (Hch 11,15-17).
Pedro pudo convencer a los hermanos, y es bueno escucharle decir: “¿Quién soy yo para estorbar a Dios?” Él mismo se había dejado convencer y ensanchar por el Señor, y ahora comprendía mejor los designios de Dios. ¡Cuán esencial era y sigue siendo esto hasta el día de hoy! Debemos comprenderlo una y otra vez: nosotros, como discípulos, seguimos al Señor. No puede suceder al revés, pretendiendo poner límites a Dios con nuestros propios pensamientos e ideas.
Es el Espíritu Santo quien tiene la visión de conjunto y nos la transmite según nuestra capacidad de captarla. Y es Él mismo quien nos mueve a poner en práctica lo que hemos comprendido. Esto se aplica tanto a nuestro camino interior con el Señor como a nuestro servicio en la evangelización. El Paráclito es la clave para que la misión sea fecunda. Cuantos menos obstáculos le coloquemos, más fácil se lo pondremos.
Tras el relato de Pedro, el escepticismo inicial de la Iglesia de Jerusalén se convirtió en alegría y en alabanza al Señor: “Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.” Ahora reconocían la gracia de Dios y Él podía incluirlos en su plan de salvación.
Debido a la persecución desatada tras el martirio de Esteban y la consecuente dispersión de los fieles, la Palabra del Señor se había extendido aún más. Los Hechos de los Apóstoles nos relatan lo siguiente:
“Los que se habían dispersado por la tribulación surgida por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando la palabra sólo a los judíos. Entre ellos había algunos chipriotas y cirenenses, que, cuando entraron en Antioquía, hablaban también a los griegos, anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos y un gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó esta noticia a oídos de la iglesia que había en Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró, y a todos les exhortaba a permanecer en el Señor con un corazón firme, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran muchedumbre se adhirió al Señor. Marchó Bernabé a Tarso para buscar a Saulo, lo encontró y lo condujo a Antioquía. Estuvieron juntos en aquella iglesia un año entero y adoctrinaron a una gran muchedumbre. Fue en Antioquía donde los discípulos recibieron por primera vez el nombre de cristianos” (Hch 11,19-26).
El acceso a los gentiles quedó ampliamente abierto. Aunque al principio los predicadores del Evangelio se centraban principalmente en los judíos, aun fuera de las fronteras de Israel, algunos comenzaron a anunciar la Buena Nueva también a los griegos. El Evangelio fue bien recibido en Antioquía (la actual Antakya, en Turquía). Entonces, los griegos fueron de los primeros a quienes se proclamó el Evangelio, y escuchamos que «un gran número creyó y se convirtió al Señor».
Por este motivo, la Iglesia de Jerusalén envió a Bernabé para dar una sólida instrucción a los neoconversos. Como vemos, los apóstoles no consideraban irrelevante esta instrucción. De hecho, es muy importante que las personas que son nuevas en la fe reciban el apoyo de quienes ya están más firmes en ella, porque necesitan ser consolidadas en esa fe que acaban de abrazar. Llegarán las tentaciones y deben aprender a rechazarlas a través de una doctrina clara y un estilo de vida coherente.
Hoy en día no es menos importante que entonces permanecer fieles a la doctrina que hemos recibido de Dios y de la Iglesia. Esto no solo concierne a los neoconversos, sino que también los que llevan tiempo en el camino de la fe necesitan renovarla y profundizar en ella una y otra vez para poder resistir a todo tipo de confusión. Si no lo hacemos, puede suceder que, con el paso del tiempo, nuestro pensamiento se vuelva cada vez más confuso y, en consecuencia, acabemos siendo sembradores de confusión más que de luz.
Gracias a la presencia de Bernabé en Antioquía, muchas más personas abrazaron la fe. Por eso Bernabé trajo a Saulo para que le ayudara y juntos instruyeron a la nueva comunidad cristiana durante un año entero.
Allí, en Antioquía, los discípulos recibieron por primera vez el nombre de cristianos.
Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/claridad-en-la-doctrina-claridad-en-el-camino-2/
Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/procesos-de-purificacion-3/