«Puesto que yo soy tu fuerza, puedes atreverte a todo lo que se presente en tu camino» (Palabra interior).
En las Sagradas Escrituras encontramos una y otra vez la exhortación «¡No temáis!». Nuestro Padre tiene que alentarnos, ya que a menudo los hombres somos pusilánimes. Esto se aplica a todos los ámbitos, ya sea ante una experiencia sobrecogedora con el mundo sobrenatural o ante los peligros que nos acechan en la vida natural. Sin duda, la vigilancia siempre es necesaria, pero no debemos dejarnos llevar por un temor que tenga carácter de miedo.
La frase de hoy va un paso más allá. No solo nos exhorta a no dejarnos intimidar, sino a avanzar con determinación por el camino que nos ha sido trazado. Hay que prestar mucha atención a dos puntos que se mencionan en la frase de hoy. En primer lugar, el Señor nos asegura que Él es nuestra fuerza, haciendo alusión a una experiencia interior que atraviesa todo aquel que emprende el seguimiento de Cristo. Si está atento a la guía de Dios, se dará cuenta rápidamente de que sus propias fuerzas son muy limitadas. Cuando haya interiorizado esta realidad, se abandonará en Dios en todas las cuestiones decisivas. Partiendo de esta realidad, nuestro Padre nos da un impulso fundamental para continuar nuestro camino.
El segundo punto es la exhortación a permanecer en el camino que Él nos ha marcado. A eso se refiere la audacia necesaria para avanzar. Cabe señalar que no se trata de una osadía que surge más bien del temperamento y que se enfrenta temerariamente a todo tipo de situaciones, sino de aquella que necesitamos para afrontar la misión que se nos ha encomendado. ¡Nada debe asustarnos ni detenernos! Con la confianza puesta en el Señor, también es preciso atreverse a hacer cosas grandes si se presentan en nuestro camino y sirven para glorificar a Dios. La pusilanimidad debe quedar atrás y la confianza en el Señor ha de tomar las riendas.
