“Entonces sacaste a tu Pueblo con mano fuerte y lo llevaste al desierto con signos y milagros portentosos. En el monte revelaste a Tu siervo Moisés los mandamientos que habían estado oscurecidos en los corazones de los pueblos” (Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).
La oscuridad en la que el hombre se había sumido desde la caída en el pecado, hizo necesario que nuestro Padre aislara a su Pueblo de las naciones paganas, para enseñarle el camino a la verdadera vida. Los mandamientos que Dios había inscrito en los corazones de los hombres habían quedado oscurecidos y no bastaban para iluminarlos. Habían caído en el olvido y los hombres estaban constantemente en peligro de sucumbir a sus pasiones y errores, y de dejarse engañar por los poderes de las tinieblas. En lugar de al Creador, adoraban a la criatura. Se hacían sus propios dioses y se postraban ante ellos, viviendo en ignorancia.
A través de Moisés, Dios condujo a su Pueblo por el desierto y le reveló su santa Ley. Les dio los mandamientos grabados en piedra, para que el Pueblo supiera de una vez y para siempre qué debía hacer para vivir en paz y unidad con su Dios, nuestro Padre, y así vivir en la verdad.
En el desierto, nuestro Padre selló una alianza con su Pueblo, y éste debía decidir si escogería a Dios y, con Él, la verdadera vida; o si optaba por la muerte: “Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt 30,15).
Israel dio su consentimiento a la Alianza con Dios y así escogió la vida.
Lo que sucedió con Israel en el desierto sigue siendo válido hasta el día de hoy: Quien decide guardar los santos mandamientos de Dios, elige a Dios y, por tanto, la vida. En cambio, si alguien no quiere cumplirlos –y, por tanto, no ama a Dios–, la verdadera vida se apaga en él y –como lo expresa el Apóstol Juan– permanece en la muerte (1Jn 3,14).
La Alianza que nuestro Padre, en su inquebrantable fidelidad, selló con su Pueblo, preparó la Nueva Alianza que, cuando se cumplió el tiempo, Dios selló con todos los Pueblos de la tierra a través de la sangre de su Hijo (Hb 9,26). Esta Nueva Alianza se ofrece a toda la humanidad, para que obtenga la salvación en Jesucristo.