«No experimento alegría mayor que oír que mis hijos viven según la verdad» (3Jn 1,4).
Estas son palabras de la tercera carta de San Juan, dirigidas a un tal «Gayo», de quien no tenemos mayor información. Sin duda, podemos poner estas palabras en boca de nuestro Padre Celestial. Como atestigua toda esta epístola, nuestra vida ha de transcurrir en conformidad con la verdad, tanto de palabra como de obra, dando testimonio de Nuestro Señor Jesucristo.
Sin duda, esta es la mayor alegría para nuestro Padre Celestial. ¿Cómo podría ser de otro modo? A menudo meditamos y hablamos sobre la misericordia de nuestro Padre y su infinita paciencia con los pecadores. En efecto, conviene hacer énfasis en esto para que los hombres nunca pierdan la esperanza y caigan en desesperación, y para que nosotros mismos nos refugiemos siempre en su misericordia cuando nos sobrevengan situaciones críticas. Siempre hemos de ver su mano salvadora y también dar testimonio a aquellas personas que Dios pone en nuestro camino de que Él está dispuesto a ir hasta el extremo con tal de rescatarnos del abismo.
Pero, por otro lado, no debemos olvidar la alegría que Dios encuentra en los justos, es decir, en aquellas personas que viven con la mirada puesta en su bondad día a día. A ellos el Padre puede confiarles grandes cosas y encomendarles el combate por la fe «que ha sido entregada a los santos de una vez por todas» (Judas 1, 3).
Aunque en la parábola del hijo pródigo el padre amoneste a su hijo fiel para que se alegre por el retorno de su hermano perdido, también le dirige estas maravillosas e inolvidables palabras: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). ¡Que esta afirmación sirva de consuelo para todos los justos!