«‘Dime cómo puedo alabarte dignamente’ –‘Alaba primero la omnipotencia del Padre, en virtud de la cual actúa en el Hijo y en el Espíritu Santo según su voluntad, y cuya inmensidad ninguna criatura en el cielo ni en la tierra puede captar’» (Visión de Santa Matilde de Hackeborn).
Santa Matilde, una mística cisterciense (1241-1299), le había preguntado al Señor qué práctica le agradaría más que ella le ofreciera. Él respondió: «La alabanza».
¿Qué es lo que hace que la alabanza sea tan valiosa para que el Señor la sitúe en el primer lugar? Pues bien, será esta alabanza la que ofreceremos al Dios Trino en el cielo junto a todos los ángeles y santos en una dicha sin fin. Si empezamos a ofrecérsela ya aquí, en la Tierra, nos adentramos ya en esa realidad a la que están llamadas todas las criaturas.
Al alabar a nuestro Padre, cobramos consciencia de su bondad, le damos gracias, le rendimos la gloria que merece, reconocemos cada vez más su grandeza y nuestro corazón se inflama de amor por Él.
Sin duda, podemos honrar a Dios de diversas maneras, pero lo más hermoso que la Iglesia puede ofrecerle es el culto público de una Santa Misa digna. Si participamos en ella con atención y amor, nos unimos a la alabanza más gloriosa a la Santísima Trinidad.
Nuestro Padre mismo ha depositado en nuestro corazón esta alabanza de su gloria. Si la ponemos en práctica día a día, aunque estemos solos y seamos escasos de palabras, nuestro Padre siempre la acogerá y responderá a ella.
A propósito, hace algún tiempo escribí un himno de alabanza a la Santísima Trinidad y Harpa Dei le puso música. Podéis encontrarlo en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=BD9qMTsl0xU&list=RDBD9qMTsl0xU&start_radio=1