Jn 3,7.13
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo. Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre.”
Como anuncié en la meditación de ayer, escucharemos hoy la historia de conversión de dos judíos, cuyo testimonio ha de mostrarnos lo que significa para ellos conocer al Señor. Desde hace tanto tiempo el pueblo judío espera al Mesías, pero hasta ahora sólo pocos lo han reconocido. Para quienes reciben la gracia de encontrarse con Jesús, es indescriptible la alegría y la gratitud al llegar a la plenitud de la fe, al “nacer de nuevo” en el baño del santo bautismo, al reconocer al Hijo del Hombre que bajó del cielo…
Los testimonios que escucharán a continuación (dos en la meditación de hoy y un tercero en la meditación de mañana) son extraídos del libro “Honey from the Rock” (“Miel de la roca”) de Roy Schoeman. No narraré las historias completas, sino que tomaré sólo algunos extractos que nos muestran cómo estos judíos encontraron el camino hacia Jesús y la Iglesia.
Empecemos con Alfonso Ratisbona. Nació en 1814 en Estrasburgo, en el seno de una familia judía aristocrática y adinerada. No sólo despreciaba la fe cristiana, sino que tenía una actitud hostil frente a ella, que se manifestaba en blasfemias e ironías. Sin embargo, a sus veintisiete años tuvo una aparición de la Virgen María que cambió por completo su vida.
Pocos días antes, un amigo de la familia que era un ferviente católico –el barón De Bussieres– le había dado a Alfonso una medalla milagrosa y, a pesar de su resistencia, lo había comprometido a rezar todos los días la oración del “Memorare”. Además, el barón pidió a varias personas que orasen por la conversión de Ratisbona, entre ellas el conde Le Ferronays, que murió repentinamente dos días después, tras haber rezado cien veces el “Memorare” por Alfonso en la Basílica de Santa María la Mayor.
Ratisbona acompañó al barón De Bussieres a una iglesia a arreglar algo del funeral del conde, y de repente se vio irresistiblemente atraído a entrar en una de las capillas, donde vio a la Virgen Santísima radiante e inundada de luz. Cuando el barón regresó, encontró a Alfonso de rodillas. Él mismo describe aquel momento en las siguientes palabras:
“Cuando volví, al principio no vi a Ratisbona. Luego lo encontré de rodillas en la capilla de San Miguel Arcángel. Me acerqué a él y le toqué. Pero tuve que hacerlo tres o cuatro veces antes de que se percatara de mi presencia. Finalmente se volvió hacia mí y su rostro estaba bañado en lágrimas, juntó las manos y dijo con una expresión que no se puede describir con palabras: ‘Cuánto habrá rezado por mí ese amigo tuyo’ (se refería al conde fallecido).
“Quedé petrificado de asombro. Sentí lo que las personas deben sentir en presencia de un milagro. Ayudé a Ratisbona a ponerse en pie y casi tuve que cargarlo para sacarlo de la iglesia. Entonces le pregunté qué le pasaba y a dónde quería ir. Me dijo: ‘Llévame donde quieras. Después de lo que he visto, obedeceré’. Le insté a que me explicara lo que quería decir, pero no podía hacerlo; su conmoción era demasiado fuerte. En lugar de ello, tomó en sus manos la medalla milagrosa y la besó con gran devoción. Rompió a llorar cuando pensó en los herejes e infieles…”
Ratisbona encontró buenos sacerdotes y poco tiempo después recibió el bautismo, convirtiéndose en miembro de la Iglesia. Luego entró en la Orden Jesuita y comenzó los estudios para ser sacerdote. Tras haber sido ordenado, se le permitió ir a Tierra Santa, para trabajar allí por la conversión de los judíos. Junto con su hermano Teodoro, que también era sacerdote, fundó la Congregación de las Hermanas de Nuestro Señora de Sión, con el enfoque especial de orar por la conversión de los judíos.
Hasta aquí el breve resumen de la conversión de Alfonso Ratisbona.
Escuchemos ahora algo de la historia de Hermann Cohen. Nació el 10 de octubre de 1821, también en el seno de una acomodada familia judía. Sus padres pertenecían a los así llamados “judíos liberales”, que ya no observaban muchos de los elementos tradicionales de la fe judía. Su excepcional talento musical convirtió a Hermann en el favorito de las élites europeas. A causa del pecado, su vida se sumía cada vez más en las tinieblas.
Por gracia de Dios, vivió una experiencia eucarística que lo salvó. Consagró toda su vida a Dios y llegó a ser un monje y sacerdote carmelita con gran celo apostólico. Escuchemos un extracto de sus propias palabras, describiendo aquella experiencia decisiva que vivió a sus 26 años, cuando un amigo suyo lo invitó a dirigir en representación suya el coro de una iglesia:
“Durante la ceremonia no sentí nada especial. Pero en el momento de la bendición, aunque yo no tenía ninguna intención de postrarme como lo hizo el resto de los presentes, sentí una agitación indescriptible. Mi alma, que estaba ensordecida y distraída por la discordia del mundo, se reencontró a sí misma, un poco similar al momento cuando el hijo pródigo recapacitó. Percibí que lo que estaba aconteciendo era algo hasta entonces totalmente desconocido. Por primera vez sentí una conmoción poderosa, pero indefinible. Sin ninguna participación de mi voluntad y a pesar de mí mismo, me vi obligado a postrarme. Cuando regresé el viernes siguiente, la misma emoción me invadió. Y entonces me sobrevino repentinamente la idea de hacerme católico.”
Sólo poco tiempo después Hermann Cohen recibió el santo bautismo. Fue un “volver a casa”.
Vale la pena leer cada uno de los testimonios de conversión de estos judíos, y participar de la alegría de Dios por su retorno, así como también compartir la dicha de los conversos y la gratitud de la Iglesia entera.
Mañana quisiera concluir esta reflexión sobre la misión a los judíos con el testimonio de un rabino que también encontró al Señor.