Ya hemos recorrido un largo trayecto en nuestro itinerario cuaresmal y ahora estamos casi a las puertas de la Semana Santa.
Durante los últimos cinco días habíamos tratado el serio tema del Anticristo, que ha de venir al Final de los Tiempos, pero cuyo espíritu ya se manifiesta de antemano bajo diversas apariencias. Aquí nos encontramos con el abismo de la iniquidad, una oscura personificación del alejamiento del Dios vivo. Pero al final, como describe la Revelación de San Juan, la Bestia (que suele interpretarse como una imagen del Anticristo) y el Falso Profeta serán arrojados al lago de fuego (cf. Ap 20,9-10).
Este tema no debe asustarnos; sino ponernos en vela. No podemos pasar por alto la realidad del mal en este mundo; y, por el otro lado, tampoco debemos darle demasiada importancia. Nuestra mirada debe estar siempre enfocada en el Señor. Recordemos cómo Jesús concluye en el evangelio de Lucas su discurso sobre el Fin de los Tiempos… Después de haber hablado sobre las tribulaciones que sobrevendrán a la humanidad al Final de los Tiempos, hace alusión a su Retorno glorioso: “Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre una nube con gran poder y gloria. Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza porque se aproxima vuestra redención” (Lc 21,27-28).
He aquí la gran perspectiva escatológica: el Señor volverá y nosotros hemos de prepararnos para recibirlo. Él mismo nos da claras instrucciones: “Que vuestros corazones no estén ofuscados por el libertinaje, la embriaguez y los afanes de esta vida. Vigilad orando en todo tiempo” (Lc 21,34a.36).
Así, pues, día a día nos aproximamos al Retorno del Señor; o, mejor dicho, su Retorno se acerca cada vez más. Nadie sino el Padre del cielo conoce el día ni la hora (Mt 24,36); sin embargo, Jesús nos da pistas para que podamos identificar cuándo el tiempo está cerca (Lc 21,31).
El oscuro y perverso dominio del Anticristo será aniquilado por el Señor “con el soplo de su boca” y destruido “con su venida majestuosa” (2Tes 2,8). Por tanto, debemos aguardar la Parusía de Nuestro Señor y soportar la tribulación del dominio anticristiano, ofreciéndole resistencia con las armas apropiadas en el ejército del Cordero.
¡Es un tiempo de gran prueba! La Iglesia, perseguida desde dentro y desde fuera por el Dragón, tendrá que ir un tiempo al desierto, como dice el Apocalipsis: “Se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada durante un tiempo, dos tiempos y medio tiempo, lejos de la serpiente” (Ap 12,14). El desierto no tiene que entenderse como un lugar físico –aunque tampoco se lo pueda descartar–, sino más bien como una realidad espiritual.
Si llega la gran apostasía de la que habla San Pablo (2Tes 2,3), e incluso una gran parte de la jerarquía eclesiástica se ve involucrada en ella, entonces los fieles quedan desamparados a nivel exterior. Los maravillosos templos e iglesias podrían entonces caer en manos de aquella iglesia que se ha alejado del Señor, tal como lo estamos viviendo actualmente en Alemania. Entonces los fieles tendrán que encontrar sitios donde puedan vivir a plenitud su fe. Los que se aferran a la fe tradicional sin hacer concesiones al espíritu del mundo, ya ahora están siendo marginados. Estos tales tendrán que acudir a la “ecclesia in deserto” (Iglesia en el desierto), para encontrar allí el alimento que fortalece su alma: la santa Palabra de Dios, custodiada sin adulteraciones, y los santos sacramentos dignamente celebrados. En lo que respecta a la santa comunión, no puede ser administrada a todos, independientemente de su fe y estado de gracia.
Tales tiempos, aunque no necesariamente tengamos que anhelarlos, constituyen un reto especial para nuestro camino de seguimiento de Cristo. Son tiempos propicios para consolidar nuestra fe y profesarla. Los tiempos de persecución suelen ser tiempos en que el evangelio se difunde. Son tiempos de los que el Señor se vale para que nos despojemos de toda tibieza y nos convirtamos en verdaderos testigos de su Retorno.
Así, estos tiempos, con sus tribulaciones externas e internas, nos ayudan a avanzar en nuestro camino espiritual. Cuando de repente todas nuestras seguridades empiezan a tambalear, cuando ya no podemos cimentarnos en lo que siempre había sido nuestro apoyo, entonces el Señor nos lleva a que sólo Él sea nuestro refugio y puerto seguro. Aquí se dinamizan e intensifican los procesos de purificación de los que hemos hablado en nuestro itinerario cuaresmal, ya sean a nivel de los sentidos o del espíritu, ya sean activos o pasivos. Nuestra oración se vuelve más sencilla, invocamos el Nombre del Señor y nos aferramos a Él cuando todo a nuestro alrededor parece tambalearse. Así, el proceso de transformación interior avanza…
La Iglesia en el desierto, aunque sea materialmente pobre, será rica, pues custodiará los tesoros de la Iglesia. A ella pueden aplicarse las palabras que el Señor dirige al ángel de la iglesia de Esmirna: “Conozco tu tribulación, tu pobreza -aunque eres rico- y la calumnia de parte de los que se dicen judíos y que no son más que una sinagoga de Satanás” (Ap 2,9).
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Meditación sobre la lectura del día: http://es.elijamission.net/aprender-a-obedecer-en-el-sufrimiento/#more-143
Meditación sobre el evangelio del día: http://es.elijamission.net/vida-y-muerte-para-la-glorificacion-de-dios/#more-5853