ITINERARIO CUARESMAL – Día 1: “El llamado a la conversión”

En el Tiempo de Cuaresma, recorreremos nuevamente el “itinerario” que nos guió el año pasado durante estos cuarenta días. Nos encomendamos de forma especial a sus oraciones, puesto que la mayor parte de la Cuaresma estaremos de misión en Brasil y Argentina. Una gran preocupación que llevamos en nuestros corazones y oraciones es la paz mundial, que se ve particularmente amenazada en Ucrania e Israel. Como estamos muy vinculados a Tierra Santa por pasar mucho tiempo allí, he escrito una oración que os pido que recéis con nosotros a lo largo del Tiempo de la Cuaresma.

La versión escrita puede encontrarse al final del texto de la meditación y la versión de audio está en el siguiente enlace: https://soundcloud.com/meditaciones_hno_elias/oracion-por-la-paz-en-el-medio-oriente?si=03ed8f2cc69b466ba3355701162e63f8&utm_source=clipboard&utm_medium=text&utm_campaign=social_sharing

¡Que Dios les pague!
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Hoy inicia el itinerario de los 40 días, que nos llama a prepararnos para la celebración de la mayor fiesta en la Iglesia: la victoriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Llenos de alegría exclamaremos: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde, infierno, tu aguijón?” (1Cor 15,55). ¡El Señor ha resucitado de entre los muertos!

Es muy importante asimilar la gracia de este tiempo litúrgico, para que sea un verdadero camino que recorrer hasta la Pascua. Llamémoslo el “santo itinerario de la Cuaresma”.

A lo largo de este camino, recurriré a las lecturas bíblicas de la Cuaresma prescritas por el leccionario de la Misa Tradicional y a las del Novus Ordo, así como también a otra literatura espiritual. Quien prefiera seguir el ritmo habitual de las meditaciones diarias, escuchando una explicación de la lectura o el evangelio del día, encontrará siempre los enlaces correspondientes al final del texto.

Cuarenta días es un tiempo bastante extenso. Si aprovechamos cada día de forma consciente, se nos convertirá en un escalón para alcanzar la gran meta en este itinerario.

Lo mismo sucede en el camino de nuestra vida. Estamos en constante peregrinación hacia nuestra meta: la comunión eterna con Dios. Cada día se nos concede como una oportunidad para prepararnos para la eternidad; cada día es importante y constituye un trayecto del camino, en el que podemos probar nuestra fidelidad sirviendo a Dios y a los hombres.

Cuarenta años duró la travesía de los israelitas por el desierto, hasta poder entrar en la Tierra Prometida. Cuarenta días estuvo Jesús retirado en el desierto, para orar y ayunar antes de iniciar su ministerio público.

Al inicio de este tiempo santo, la liturgia de la Iglesia nos trae a la memoria nuestra condición de criaturas: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (Gen 3,19b). Nos llama a la penitencia y al ayuno.

Éste es el gran tema de la lectura de hoy, tomada del Profeta Joel (Jl 2,12-18): la verdadera conversión a Dios. El hombre a menudo se descarrila y no conoce realmente el amor de Dios. Sin embargo, debe llegar a conocerlo, apartarse de sus pecados y dejar que Dios lo libere.

La conversión a Dios es un tema central en nuestra vida: ya sea la de salir del estado de pecado y de la separación de Dios para empezar a vivir en su gracia, o, si ya hemos pasado por esta conversión, profundizarla cada día.

Tengamos presente lo que significa la conversión: es la invitación que Dios nos dirige a vivir en plena unión con Él. El Señor no quiere otra cosa que colmarnos de su amor, y nos ayuda a hacer a un lado todo lo que nos impide recibirlo. Por tanto, la conversión es un llamado de gracia a la verdadera vida. Así, podemos llorar nuestros pecados, sin dejar de mirar confiadamente a Aquél que se complace en perdonárnoslos.

Quizá a veces relacionamos el llamado a la conversión y a la penitencia con un cierto temor, como si nos fueran a quitar algo. En efecto, sí que se nos ha de quitar algo, o mejor dicho nosotros mismos hemos de entregarlo: todo aquello que obstaculiza nuestro camino con Dios, lo que se interpone, lo que nos ata, lo que nos agobia, lo que opaca nuestra alegría y dificulta nuestro caminar. Estamos llamados a superar nuestro egoísmo y egocentrismo aun en sus manifestaciones más sutiles, y a convertirnos en personas libres en Dios.

¿Acaso esto es motivo para tener miedo a la Cuaresma, como si una especie de velo gris cubriera estos cuarenta días y no pasara sino hasta la Pascua? ¡Por supuesto que no!

Sin duda, el llamado a la conversión es un asunto serio y al margen de toda frivolidad y ligereza. ¡Pero la seriedad y la alegría de ningún modo son incompatibles! También el ayuno es una gracia, destinada a disminuir nuestro egoísmo y abrir nuestro corazón a las necesidades de los pobres.

Hoy, en el primer día de este santo itinerario de la Cuaresma, quedémonos con lo siguiente: Dios nos invita a profundizar nuestra fe, acrecentar nuestra esperanza y encender nuestra caridad, convirtiéndola en una luz brillante y cálida en este mundo que tanto lo necesita. ¡Todo lo que nos sirva para amar más a Dios y a los hombres será bienvenido en este itinerario!

En este sentido, también nos acompañará a lo largo de este camino la oración de San Nicolás de Flüe:

“Señor mío y Dios mío, despréndeme de todo lo que me aleja de Ti,
Señor mío y Dios mío, concédeme todo lo que me acerca a Ti.
Señor mío y Dios mío, despréndeme de mí y entrégame del todo a Ti.”

Meditación sobre la primera lectura del día: http://es.elijamission.net/el-ayuno-santo/

Meditación sobre la segunda lectura del día: http://es.elijamission.net/miercoles-de-ceniza-inicio-de-la-cuaresma/

“Amado Padre Celestial,

Llenos de confianza clamamos a Ti e imploramos tu clemencia. ¡Cuántas veces los hombres se extravían y viven lejos de ti, permaneciendo sometidos al dominio de las tinieblas! Entonces se extienden las guerras y la destrucción, y el desprecio a tus mandamientos crece.

En esta hora, fija tu mirada en el Medio Oriente e intervén en la dolorosa guerra, para que cesen las matanzas, los rehenes sean liberados y se encuentren caminos de paz en la verdad y en la justicia. ¡Que todos los hombres reconozcan que Tú has enviado a tu Hijo Jesucristo, el Príncipe de la paz, para redimir a la humanidad y establecer en Él la unidad del género humano!

Ten piedad, Amado Padre, y conduce a todos los hombres de la confusión hacia la luz, para que vivamos como Tú lo has previsto y llegue aquella paz que sólo Tú puedes dar.”

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