INDECIBLES TORRENTES DE GRACIA

“En la adoración eucarística, os abrís a los indecibles torrentes de gracia que fluyen hacia vosotros del Corazón de Dios” (Palabra interior).

Si nos preguntamos cómo entrar en contacto más profundo con el inefable misterio del amor de Dios, estas palabras nos dan una pauta.

Al permanecer en silencio ante el Sagrario o el Santísimo expuesto, el amor del Señor puede calar profundamente en nosotros. Sólo tenemos que estar ahí y dejarnos llenar por la suave presencia del Señor, que es como el sol que brilla y nos calienta. Es como el tierno abrazo de nuestro Padre y de su Hijo, presente en la santa Hostia. Cuando acudimos al Santísimo, notaremos que el Señor ya nos estaba esperando, como lo hace siempre.

Los torrentes de gracia que brotan de la adoración eucarística en silencio son inconmensurables, y de esta manera el Padre nos permite desde ya pregustar la eternidad. Estos torrentes de gracia fluyen hacia nosotros a partir del sacrificio de Cristo, y en la adoración se nos invita a recibir la comunión espiritual. La Iglesia, siendo nuestra Madre, nos brinda el Salvador eucarístico, así como nuestra Madre María dio a luz al Señor y lo portó al mundo.

La gracia ama lo escondido; el silencio ama la sencillez; y en el silencio del corazón se hace fecundo el encuentro con el Señor. Si acogemos las invitaciones divinas, nos asemejaremos cada vez más al Señor a través de la adoración.

El Padre quiere desplegar en nosotros su vida divina, y nosotros le adoramos en comunión con todos aquellos que están ante el “Trono del Cordero” –los ángeles y santos–, así como con todos los que conforman la Iglesia purgante y militante.

Es muy sencillo: el Señor simplemente está ahí en el Sagrario, esperando poder colmarnos “con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1,3).