“IMPLORAD UN CORAZÓN NUEVO”

“Primero tenéis que sufrir bajo vuestro corazón malo; luego, implorad de rodillas un corazón nuevo” (Palabra interior).

Jesús nos da a entender con toda claridad que lo malo sale de nuestro propio corazón (Mt 15,19). Es una constatación muy triste, pero es la realidad. Normalmente no nos gusta escuchar este tipo de verdades, pues no corresponden a la imagen que tenemos de nosotros mismos ni a cómo queremos presentarnos ante los demás. Sin embargo, el Señor, al decirnos esta verdad, nos da una llave de oro.

En lugar de seguir nuestra tendencia de culpar a otras personas y circunstancias por lo que nos acontece, nos volvemos más realistas con nosotros mismos. No está en nuestras manos cambiar a los demás. Pero sí que podemos transformarnos a nosotros mismos bajo el influjo de la gracia y con la cooperación de nuestra voluntad.

Así, la triste constatación sobre la maldad de nuestro corazón se convierte en un remedio y, al mismo tiempo, en una mirada de esperanza: esperanza de alcanzar un corazón nuevo, un corazón que sepa amar, un corazón en el cual nuestro Padre Celestial ponga su morada y al que pueda dirigir conforme a su voluntad, un corazón que no se cierre, pero tampoco se pierda en el camino hacia la eternidad.

No podremos obtener este corazón nuevo sin sufrir. Sin embargo, se trata de un sufrimiento transfigurado. Es el sufrimiento de constatar que aún no amamos como quisiéramos. Es el sufrimiento de toparnos una y otra vez con nuestro egoísmo profundamente arraigado.

Cuando empezamos a sufrir bajo nuestro corazón malo, es señal de que ya estamos amando, y entonces imploraremos de rodillas y lucharemos por un corazón nuevo. Y cada vez que volvamos a percibir las sombras en nuestro corazón, invocaremos al Espíritu Santo y no desesperaremos, a sabiendas de que nuestro Padre nos escuchará.