“Una persona no debe dar demasiada importancia a las faltas de nadie si quiere que Dios pase por alto sus propias faltas con misericordia” (Juan Taulero).
Ciertamente, nos damos cuenta de las faltas de los demás y, si está dentro de nuestras posibilidades, sería bueno ayudarles a superarlas con nuestro ejemplo y consejo. Sin embargo, nada tiene que ver con esta actitud la tendencia a hablar extensa y detalladamente de las faltas ajenas, a divulgarlas y a señalarlas una y otra vez. De esta manera, es como si uno mantuviera a la otra persona prisionera de su error y difícilmente podrá uno mismo escapar del peligro de la soberbia.
¿Cómo verá nuestro Padre Celestial esta actitud?
En cuanto nos planteemos seriamente esta pregunta, notaremos de inmediato que tal actitud no puede resistir ante el Señor. ¿Acaso quisiéramos que el Señor nos echara en cara una y otra vez nuestras faltas? En aras de nuestra humildad, a veces conviene que nos las recuerden, sobre todo para no sentirnos superiores y para tratar a las demás personas con más misericordia y clemencia. En este sentido, el recuerdo de nuestras faltas pasadas o presentes puede tener una finalidad superior. Pero no es a eso a lo que nos referimos aquí.
Ciertamente no queremos que nuestro Padre nos “haga las cuentas” de todo lo que hacemos mal y nos acuse constantemente. ¡Nuestro Padre no es así! ¡Gracias a Dios!
Juan Taulero nos exhorta a tener esto presente y, en consecuencia, a no dar demasiada importancia a las faltas de los demás. Hemos de imitar la actitud de Dios y ser misericordiosos con los demás como lo es nuestro Padre con nosotros. Entonces podremos confiar en que Él se mostrará generoso en vista de nuestras faltas.
¡Qué visión tan liberadora y qué bendición para la convivencia con las personas que Dios ha puesto en nuestro camino!