Jn 10,27-30
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.”
Conocer la voz del Señor y seguirle… Ésta es una indicación siempre vigente, y adquiere particular importancia en estos tiempos de confusión, que se viven en el mundo y lamentablemente incluso en la Iglesia. En estos días difíciles, no basta con ser piadosos; sino que hay que tener también el discernimiento de los espíritus, puesto que muchos de los pastores de nuestra Iglesia no conducen ya a las ovejas a las buenas praderas, y más bien se dejan llevar por el espíritu del mundo. Pero la voz de Jesús no podremos percibirla mientras prestemos oído al espíritu del mundo, porque éste no entiende nada del Reino de Dios; sino que se tiene a sí mismo como meta.
Es reconfortante y consoladora aquella palabra del Señor, que Él conoce a sus ovejas y ellas le siguen, y que jamás perecerán ni serán arrebatadas de Su mano. Mucho más allá de nuestros propios esfuerzos, podemos contar con que Dios protege a los Suyos y está pendiente de ellos, también en los tiempos de tanta confusión. ¡Ésta es nuestra seguridad!
Nosotros, por nuestra parte, hemos de preocuparnos de que nuestro corazón no se aparte del Señor, de no dejarnos llevar por tantas seducciones que se nos presentan, de no descuidar nuestra vida espiritual y de dar aquellos pasos que el Señor nos llama a dar.
¿Cómo podremos aprender a distinguir con precisión la voz del Señor de las otras voces?
Un medio será la meditación apropiada de la Palabra de Dios. Hace falta interiorizarla para que produzca fruto, porque las Palabras de Dios no han de retornar a Él vacías (cf. Is 55,11). Una y otra vez hemos de escuchar y leer las Palabras de la Sagrada Escritura, porque ellas esclarecen nuestro pensar, son luz en nuestro sendero (cf. Sal 119,105) y constituyen una ayuda invaluable para el discernimiento de los espíritus, como dice la Carta a los Hebreos: “Pues viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4,12).
Puesto que Dios mismo es la Palabra, Su luz nos iluminará al acoger realmente esta Palabra. En ese sentido, es importante que no sólo la asimilemos con el entendimiento, sino con el corazón.
La misma voz del Señor que resuena en su Palabra, podemos reconocerla también en la auténtica doctrina de la Iglesia. Es el mismo Espíritu, que nos explica con más precisión las palabras de Cristo. Sin embargo, en este punto hay que distinguir muy bien entre aquello que es realmente doctrina de la Iglesia y aquello que son opiniones privadas de ciertos teólogos o jerarcas, o incluso son doctrinas falsas…
¡Sólo en la auténtica doctrina de la Iglesia podremos reconocer realmente la voz de Cristo, que toca nuestro amor a la verdad! El amor a la verdad no soporta afirmaciones difusas, que fácilmente pueden ser malinterpretadas. “Vuestro sí sea un sí y vuestro no, un no, pues lo que pasa de aquí proviene del Maligno” -nos dice el Señor (Mt 5,37). Del mismo modo como Jesús nos muestra las cosas con toda claridad, así deben hacerlo también los pastores a imitación Suya. Y si no lo hacen, sea por respetos humanos, por dudas o por estar en error, ya no resonará a través de ellos la voz de nuestro Pastor, y las ovejas no podrán seguirles.
Para permanecer unidos al Señor hace falta la oración regular, el intercambio interior con Jesús. ¡En esto jamás nos habremos excedido! Cuanto más cultivemos la relación con Él, tanto más nuestro corazón estará enfocado en Él. Aquí entra la recepción de los sacramentos, en los cuales Dios nos regala concretamente Su presencia.
A través del diálogo interior con el Señor, Él podrá hablarnos cada vez más y con mayor claridad. Y así va surgiendo la unidad entre la Palabra de Dios, la recta doctrina y la oración fecunda.
Esta unidad en la fe sólida nos dará entonces la certeza de estar en el camino correcto, y nos permitirá distinguir la voz de Jesús de aquellas otras que nos desvían y nos conducen a caminos equivocados o a rodeos…
Además, podemos encomendarnos particularmente a la Virgen María; aquella que siguió perfectamente las indicaciones de Dios y reconoció la voz de su Señor…