Tit 2,11-15; 3,4-7 (Lectura opcional para la Fiesta del Bautismo de Jesús)
Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que renunciemos a la impiedad y a las pasiones mundanas, y vivamos con sensatez, justicia y piedad en el tiempo presente, aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Él se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, celoso de buenas obras. Habla estas cosas, exhorta y reprende con toda autoridad.
Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por las obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino por su misericordia, mediante el baño de la regeneración y la renovación operada por el Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, viviendo con la esperanza de vida eterna.
Un pueblo purificado, que sea Suyo y esté celoso de buenas obras… Es esto lo que el Señor quiere de nosotros.
Sabemos que el Pueblo de Israel estaba particularmente previsto por Dios para realizar este proyecto. Pero, con la venida del Mesías al mundo, fueron injertados en el tronco de Israel todos aquellos que creen.
La predilección de Dios hacia el pueblo de Israel, su primer amor, no se dio por terminada; aunque el rechazo del Mesías por parte de la mayoría hizo que Su plan se realizase únicamente en aquel “santo resto de Israel”; en aquellos apóstoles y fieles que creyeron en el mensaje del Evangelio. A lo largo de los siglos, el proyecto de Dios para con Israel se ha cumplido solamente en aquellos que, por gracia de Dios, reconocen a Jesús como su Mesías y lo siguen. Los otros judíos están aún en espera de la plenitud…
Mientras tanto, el mensaje del Evangelio ha congregado a personas de todos los pueblos y naciones en el seno de la Iglesia, que, por su parte, también ha sufrido muchas divisiones, y a menudo su testimonio se ha visto debilitado.
San Pablo está sumergido en su misión, y en la Iglesia naciente, a pesar de los problemas, hay un gran celo por anunciar al mundo el testimonio de Cristo, colaborando con la gracia que a ellos mismos les había sido concedida.
Pero ahora, tras haber escuchado este pasaje bíblico, hemos de cuestionarnos si nosotros realmente renunciamos lo suficiente a las pasiones mundanas… ¿Será que el Apóstol se encontraría hoy en día con un pueblo de Dios que esté celoso de buenas obras? ¡Hay muchas formas de hacer el bien! ¡No cabe duda! Sin embargo, no hay nada que sea tan importante como anunciar el Evangelio, y el pueblo de Dios está necesitado de pastores y maestros que enseñen, exhorten y reprendan con toda autoridad. ¿Dónde están hoy estos pastores y maestros? ¿Aún hay alguien que enseñe con toda claridad el camino del Señor? ¿Quién se encarga de advertir en este tiempo al rebaño acerca de las maquinaciones del espíritu anticristiano, que envenena más y más al mundo e incluso a la Iglesia? ¡Son pocos!
¿Será que también nosotros seremos solo un pequeño rebaño, un “santo resto”? Hay indicios de que podría ser así, porque son muchos los que nadan con la corriente y sólo pocos disciernen cuidadosamente para distinguir la luz del error y la oscuridad.
Pero allí donde el peligro es grande, Dios ofrece también su gracia de forma especial. Si hoy en día ya no podemos simplemente “dejarnos caer“ en la seguridad de que todo nuestro entorno respira una pura catolicidad, porque la mundanización de la Iglesia y aquello que el Papa Benedicto XVI llamaba la “dictadura del relativismo“ han avanzado a pasos agigantados, entonces significa que ha llegado la hora de la decisión.
Es la hora de la decisión de poner en práctica todo aquello que nos ha enseñado nuestra fe, y no esperar a que alguien nos dé ejemplo.
Una dirección espiritual se ha extinguido casi por completo en nuestra Iglesia, y no pocos obispos están más ocupados en no ser piedra de tropiezo para el espíritu del mundo, que en anunciar el evangelio con autoridad, lo cual implicaría estar en contradicción al espíritu del mundo. Ciertamente quedan algunos que aún se atreven a ello, pero son pocos.
Por eso, los fieles han de estar tanto más atentos a la Palabra de Dios y a la guía del Espíritu Santo. Si aún queda un maestro que transmita la Palabra del Señor y la auténtica doctrina de la Iglesia sin recortes, los fieles pueden estar dichosos. Es un regalo del cielo encontrar aún a un sacerdote que tenga la valentía de llamar a las cosas por su nombre, que no se someta al espíritu del tiempo, que no proclame la palabra en la así llamada “cultura de bienvenida e inclusión”, sin hacer las necesarias diferenciaciones.
¡Pero, ánimo! El Señor no nos abandona, y en los tiempos de tribulación la semilla de Dios sigue creciendo en silencio y en lo escondido…
Pero la semilla crecerá únicamente si los fieles, con la gracia de Dios, nos tomamos en serio el seguimiento y no nos dejamos cegar.