HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 3,1-11): “La curación de un paralítico en el Templo”      

Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, cojo de nacimiento, al que solían llevar y colocar todos los días a la puerta del Templo llamada Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el Templo. En cuanto vio que Pedro y Juan iban a entrar en el Templo, les pidió que le dieran una limosna. Pedro -junto con Juan- fijó en él la mirada y le dijo: “Míranos”. Él les observaba, esperando recibir algo de ellos. Entonces Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: ¡en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda!” Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. De un brinco se puso en pie y comenzó a andar, y entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios, y reconocían que era el mismo que se sentaba a la puerta Hermosa del Templo para pedir limosna.

Y se llenaron de estupor y asombro por lo sucedido. Como él sujetaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo lleno de sorpresa corrió hacia ellos al pórtico llamado de Salomón.

Ya se habían empezado a manifestar los signos a través de los apóstoles. Jesús les había hecho partícipes de su poder y ellos lo aplicaron concretamente. Los milagros acreditaban su testimonio, y ya podemos prever la resistencia que les ofrecerán aquellos que no se adhirieron a la verdad que había venido a ellos en Jesucristo y le habían dado muerte. Sin embargo, no podían deshacer el gran signo que había sucedido. El paralítico había sido curado y ahora saltaba y alababa a Dios. El pueblo se congregó para ver el milagro, y quedaron llenos de estupor y asombro.

Entonces Pedro toma la palabra para anunciar una vez más el Evangelio, de manera que la gente pueda entender e interpretar correctamente lo que había sucedido ante sus ojos. El relato de los Hechos de los Apóstoles continúa así:

Al ver aquello, Pedro dijo al pueblo: “Israelitas, ¿por qué os admiráis de esto, o por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a este hombre por nuestro poder o piedad? El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato, cuando éste había decidido soltarle. Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que os indultaran a un homicida; matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste que veis y conocéis, su nombre le restableció, y la fe que viene de él le dio la completa curación ante todos vosotros. Ahora bien, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes”.

Pedro no deja lugar a dudas sobre quién es el autor de este milagro de la curación del paralítico. Al igual que en el discurso de Pentecostés, confronta a sus oyentes sin disimulo con el crimen cometido contra Jesús: “Matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.” Sin embargo, al final Pedro pronuncia una frase que nos recuerda a las palabras que Jesús había dicho en su Pasión: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Pedro afirma: “Ahora bien, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes”.

Estas afirmaciones nos abren los ojos para lograr una comprensión más profunda. Por un lado, la crucifixión de Jesús es el peor crimen que uno pueda imaginar y hay que denunciarlo como tal. Por otro lado, desde la cruz, nuestro Salvador mismo había pedido perdón al Padre Celestial por sus verdugos, afirmando que no sabían lo que hacían.

Aquí se nos muestra cómo el Señor y sus apóstoles afrontaron una situación tan difícil. Por un lado, existen las graves transgresiones e incluso crímenes como la persecución y la muerte de Jesús. Por otro lado, no siempre sabemos hasta qué punto la persona era consciente de estar obrando mal. En el caso de los fariseos, que fueron los líderes de la conspiración contra Jesús, la ceguera que el demonio había causado en ellos les llevó hasta el punto de creer que estaban «dando culto a Dios» al eliminar a Jesús.

Ciertamente, esto no excusa el contenido objetivo del acto: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que os indultaran a un homicida”, ni quedarán exonerados de sus consecuencias. Sin embargo, se les ofrece a los hombres el camino de la conversión, a la que les exhortará San Pedro en el transcurso de su predicación.

El paralítico, que experimentó una curación total gracias al milagro y a la fe, era una prueba innegable de la obra de Dios, que continuaba ahora a través de los apóstoles de su Hijo Jesús. Así, las puertas de la conversión estaban abiertas de par en par para los oyentes de los apóstoles.

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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/el-consejo-de-gamaliel-3/

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/la-interpretacion-correcta-de-los-milagros-de-jesus/

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