«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).
La última parte de la oración de San Nicolás de Flüe se corresponde con lo que en la mística cristiana se denomina «vía unitiva», la última etapa del camino espiritual. Aquí se aspira directamente a la meta de toda nuestra vida: la unificación plena con la Santísima Trinidad. Sin duda, para nosotros, los «comunes mortales», esto solo sucederá en toda su plenitud y sin la más mínima perturbación en la vida eterna. Sin embargo, hay un camino para alcanzarla: la entrega consciente, incondicional y permanente al amor de nuestro Padre.
Las dos etapas previas del camino espiritual, la purgativa y la iluminativa, han preparado al alma para que pueda darse la unificación con la Voluntad del Padre, en la medida en que sea posible en nuestra vida terrenal.
Jesús, en virtud de su naturaleza divina, estaba completamente unido a la Voluntad del Padre, incluso como hombre. En nuestro caso, la unificación con Dios puede producirse en virtud de la gracia.
Si seguimos dócilmente su guía, el amor de Dios derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) puede transformarnos hasta el punto de que nuestro «sí» a la voluntad del Padre ya no sea solo una sumisión de nuestra voluntad, sino que ésta se convierta en nuestro alimento, como lo era para Nuestro Señor Jesucristo (Jn 4,34), pues todo nuestro corazón ha despertado a este amor.
¡Hasta qué punto una persona puede ser transformada por el amor de Dios si coopera! Un día, escuché a un predicador decir que los ángeles fieles cumplen la voluntad divina de buena gana, por completo y de inmediato. Lo mismo puede suceder con nosotros. Sin duda, se trata de un proceso en el que necesitamos paciencia. Podemos sufrir recaídas y, a veces, puede parecernos que solo avanzamos lentamente.
Pero es un camino de verdadera alegría, aunque esta no siempre se manifieste en los sentimientos, que son cambiantes, sino en la realidad espiritual. Es una gracia constante de nuestro Padre, que nos anima a recorrer nuestro camino hasta el final.