“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo” (Lc 1,49).
Todos conocemos estas palabras del Magnificat, que María exclamó encendida de amor. ¡Son palabras que permanecen para la eternidad!
Toda la vida de la Virgen atestigua su predilección por parte del Padre Celestial. En la eternidad lograremos penetrar aún más en el misterio de su elección y su “sí” a la Voluntad de Dios. ¡Esto será motivo de incesante alegría para nosotros!
“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí.”
Cada uno de nosotros puede hacer suyas estas palabras de la Virgen, pues ¿no ha hecho nuestro Padre obras grandes también por nosotros?
¿No nos ha llamado a la vida, creándonos a su imagen y semejanza? ¿No nos ha redimido a través de Jesucristo y “nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” (Col 1,13)? ¿No nos ha convertidos en hijos de su gracia? ¿No nos alimenta cada día con el “pan de los ángeles”? ¿No nos insertó en la Iglesia para ofrecernos un camino seguro hacia la eternidad? ¿No nos llama a cooperar en la obra de la salvación?
“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí”, y sigue haciéndolo día tras día, de modo que podemos unirnos al canto de júbilo de nuestra amada Madre.
Su elección se nos convierte en un ejemplo vivo. Cuando el ángel del Señor venga a nosotros y nos llame a seguir a su Hijo, a vivir nuestra vocación y a glorificar a Aquel cuyo Nombre es santo, ha de encontrarnos como a la Santísima Virgen y escuchar también de nuestros labios aquellas palabras que el Padre tanto ama:
“Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38b).