HACIA UNA MAYOR FECUNDIDAD

“Oh, Jesús mío, sé que para ser útil a las almas debo anhelar la unión más íntima contigo, que eres el amor eterno” (Santa Faustina Kowalska).

Nuestra fecundidad para la salvación de las almas depende de la intimidad de nuestra unión con Dios. Cada día se nos invita a profundizar en nuestro amor al Señor y, a través de Él, a estar cada vez más unidos a nuestro Padre celestial. De hecho, Jesús nos ha introducido en este amor, como pone de manifiesto en su oración sacerdotal del Evangelio de San Juan:

“Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos” (Jn 17,26).

Resulta fácil entender las palabras de Santa Faustina, porque, cuanto más crezca el amor de Dios en nosotros, más llegará a otras personas a través nuestro. En cierto modo, no puede detenerse en nosotros, porque el amor quiere derramarse y, una vez que ha llenado el corazón de una persona, querrá manifestarse y colmar a otros a través de ella.  Así, nos convertimos en «apóstoles del amor paternal», como lo pide nuestro Padre en el Mensaje a sor Eugenia.

Entonces no tendremos que reflexionar constantemente sobre qué podríamos hacer por el prójimo —por bueno que esto sea—, sino dejar que el amor nos guíe. Esto sucede a través del Espíritu Santo, que podrá guiarnos en la medida en que el amor crezca en  nosotros. Su sabia guía garantizará que lo que ofrezcamos a las personas sea verdadero amor, en cuanto que tenga siempre en vista la salvación de sus almas. Ayudarles a conocer a nuestro amoroso Padre Celestial o a encontrarse más profundamente con Él es el mayor amor que podemos dar a los demás.