Como lo hacemos el día 7 de cada mes, meditaremos hoy un pasaje del “Mensaje del Padre” a Sor Eugenia Ravasio:
“¿Ha llegado ya Mi Reino? Es cierto que honráis con todo el fervor el Reinado de Mi Hijo Jesús, y en Él me honráis a Mí. Pero, ¿le negaríais a vuestro Padre la gran gloria de proclamarlo “Rey”, o por lo menos la de hacerme reinar para que todos los hombres me conozcan y me amen?
“Deseo que sigáis celebrando esta Fiesta del Reinado de Mi Hijo, en reparación por los insultos que Él recibió ante Pilato y también de parte de los soldados que flagelaron Su santa e inocente humanidad. No quiero que suspendáis esta Fiesta; sino, por el contrario, que se la celebre con entusiasmo y fervor. Pero, para que todos puedan conocer verdaderamente a este Rey, es necesario conocer también Su Reino. Ahora bien, para llegar a este doble conocimiento de manera perfecta, hace falta, además, conocer al Padre de este Rey, al Creador de este Reino. En verdad, hijos Míos: la Iglesia –aquella sociedad que Yo he hecho fundar por Mi Hijo– completará Mi obra haciendo que sea honrado Aquél que es Su autor: vuestro Padre y vuestro Creador.”
El Reino de Dios… Al rezar la oración que el Señor nos enseñó, cada día pedimos que este Reino venga. ¿Tenemos una visión de cómo podría ser? Quizá podemos en cierta forma vislumbrarlo, en cuanto que todos tenemos en nuestro corazón –aunque sea muy en el fondo– el anhelo de que surja un verdadero reino de paz, en el que rijan el amor y la justicia. Jesús mismo nos dio a entender que, en Él, ya vino a nosotros este Reino (cf. Lc 17,21).
Para celebrar la realeza de Cristo, la Iglesia ha establecido una Fiesta litúrgica propia. En su Reino, las cosas han ser distintas a cómo son en este mundo: “Sabéis que los que gobiernan las naciones las oprimen y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; al contrario: quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor” (Mt 20,25-26). Así, este Reino no está oscurecido por la sed de poder de los ángeles caídos ni por personas ávidas de poder; sino que “quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo” (v. 27).
La Iglesia sería el sitio donde este Reino puede hacerse visible, y en efecto ya lo es, aunque aún esté aquejada por las limitaciones humanas, por debilidades y pecados. No obstante, en Ella se doblan las rodillas ante el verdadero Rey, Aquél de quien procede toda verdadera realeza en la tierra.
Pero en el pasaje que hoy escuchamos del Mensaje del Padre, Él nos hace ver una carencia. Al celebrar y honrar la realeza del Hijo de Dios, aún no se abarca a plenitud el Reino de Dios, porque todo lo que Jesús hizo, fue por encargo del Padre Celestial. En teoría, nosotros, los católicos, lo tenemos en claro, pues Jesús lo atestigua una y otra vez (cf. p.ej. Jn 12,49). Pero el Padre nos da a entender que también se debe honrar a la Primera Persona de la Santísima Trinidad como corresponde, siendo Él el “Padre de este Rey” y el “Creador de este Reino”. El deseo más ardiente de Jesús era la glorificación del Padre. Y esta glorificación debe tener una expresión visible y palpable también aquí en la tierra.
Contemplemos un momento junto a San Juan la visión descrita en el cuarto capítulo del Apocalipsis, para vislumbrar cómo es el Reino de Dios en su plenitud:
“Vi un trono en el cielo y a alguien sentado en el trono. El que está sentado parece de jaspe y cornalina, y rodea el trono un arco iris de aspecto semejante a la esmeralda. Y alrededor del trono vi veinticuatro tronos, y sentados en los tronos veinticuatro ancianos vestidos con túnicas blancas, y sobre sus cabezas, coronas de oro. Del trono salen relámpagos, voces y truenos. Siete lámparas de fuego arden ante el trono: son los siete espíritus de Dios. Delante del trono, una especie de mar transparente como el cristal. En medio del trono y alrededor de él hay cuatro seres vivos llenos de ojos delante y detrás. El primer ser vivo se parece a un león, el segundo ser vivo se parece a un toro, el tercer ser vivo tiene el rostro como el de un hombre y el cuarto ser vivo se parece a un águila en vuelo. Cada uno de los cuatro seres vivos tiene seis alas y están llenas de ojos por fuera y por dentro, y, sin descanso, día y noche dicen: ‘Santo, santo, santo es el Señor, el Dios Todopoderoso, el que era, el que es, el que va a venir’. Cada vez que aquellos seres vivos tributan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo: ‘Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existían y fueron creadas’.” (Ap 4,2-11)
Si tenemos presente que el Reinado de Dios ha de cumplirse “en la tierra como en el cielo”, podemos vislumbrar a través de las Sagradas Escrituras cómo es la realidad celestial e imitarla aquí en la tierra. Todos honran a Dios Padre. Es Él quien es adorado y cuya soberanía de amor se extiende a todos. De Él todos reciben luz y esplendor. Al adorarlo conscientemente, se cobra consciencia de ello y todos los seres ocupan el lugar que les corresponde ante su Creador y Redentor. Si se cumple este orden también en la tierra, los hombres pueden recibir todo aquello que el Padre les tiene preparado.
Este es el gran tema del Mensaje del Padre, abordado de diversas maneras. ¡Dios quiere que los hombres tengan parte en su gloria! Por eso la Iglesia debe llevar a cabo su obra e instaurar una Fiesta litúrgica en honor de Dios Padre, el Padre de toda la humanidad. Cuando lo haga, podrá realizarse aún más en la tierra aquello que en el cielo es natural. Si los hombres reconocen, honran y aman a Dios como su Padre y Señor, podrán recibir gracia sobre gracia; podrá crecer el amor, extenderse la paz y surgir verdadera fraternidad entre los hombres.
UN AVISO FINAL: Durante los últimos meses, desde que concluimos la Novena a Dios Padre, habíamos invitado a aquellos que se sintieron particularmente llamados a honrar a la Primera Persona de la Santísima Trinidad a que se reportaran con nosotros, como representantes de su respectiva nación, para que juntos le demos a nuestro Padre Celestial aquel culto y amor que Él pide en el Mensaje dado a la Madre Eugenia Ravasio. Si alguien no había escuchado esta invitación y también quisiera formar parte de esta “Obra de amor” del Padre Celestial, aún puede enviarnos un correo a la siguiente dirección, señalando su nombre y el país de donde viene: contact@jemael.org.