GRATITUD INFINITA

“Cuando constaté que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido darme a conocer y hacerme amar entre los hombres, decidí venir Yo mismo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Un profundo dolor y, al mismo tiempo, una inmensa gratitud puede invadir nuestro corazón al escuchar estas palabras. Un profundo dolor porque a los hombres nos resulta tan difícil entender el lenguaje de Dios. Ni siquiera la presencia de los patriarcas y el mensaje de los profetas pudo tocar suficientemente los corazones. De hecho, sabemos cuál fue el destino de los profetas. El dolor se intensifica aún más cuando consideramos lo que hicieron los hombres con el mismo Hijo de Dios.

Sin embargo, este oscuro trasfondo puede suscitar en nuestro corazón aún más gratitud por el amor de nuestro Padre, reconociendo que fue sólo gracias a este amor que Dios no se rindió en su lucha por la humanidad. Nuestra gratitud debería volverse aún más grande e incluso inconmensurable cuando meditamos las siguientes palabras del Mensaje del Padre:

“Aun estando cerca de mí, ignorarán mi presencia. En mi Hijo me maltratarán, a pesar de todo el bien que les hará. En mi Hijo me calumniarán y me crucificarán para matarme. Pero, ¿me detendré por esto? ¡No, mi amor por mis hijos, los hombres, es demasiado grande! No me rendí. Reconoced, pues, que os he amado, por así decir, más que a mi Hijo predilecto; o, mejor aún, más que a mí mismo.”

¿Qué es lo que hemos de hacer en vistas de este amor, cuando empezamos a vislumbrarlo en la fe? ¿Cuál es nuestra respuesta adecuada? Adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…