GOZAD CON EL SEÑOR

 “Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero” (Sal 31,11).

El gozo en el Señor que aquí aclama el salmo ha de inundar a los justos, pues ellos se esfuerzan por hacer la Voluntad de Dios. Es en sí mismo una fuente de alegría conocer a Dios y gustar la sabiduría de sus mandamientos, así como caminar por la senda que el Padre, en su bondad, nos ha preparado.

“Alegraos siempre en el Señor” (Fil 4,4) –nos exhorta San Pablo. Nos lo dice un hombre probado por el sufrimiento, que en una de sus cartas nos da una idea de todo lo que tuvo que padecer por causa del Señor (2Cor 11,16–12,13). Pero evidentemente el sufrimiento no le impide alegrarse en el Señor. Más aún, todas las adversidades que le sobrevienen se convierten para él en fuente de alegría.

Un corazón sincero es libre para alegrarse y aclamar al Señor, porque es capaz de reconocer los favores de Dios y de atribuírselos sólo a Él. A través de la alabanza, se libera del encierro en sí mismo al que a menudo tendemos. Un corazón así se vuelve perspicaz, y cuanto más se abren sus ojos espirituales para descubrir las maravillas de Dios, tanto más crece su alegría en Él.

Pero el gozo y la alabanza no se relacionan solamente con las obras maravillosas de Dios, que Él, en su bondad, nos concede en sobreabundancia; sino con la Persona de Dios mismo. ¡Nuestro Padre es la fuente de la alegría! Conocerlo a Él es vivir. Nos inunda la alegría por Dios, por cómo Él es en verdad, por su Ser más profundo, por su gloriosa existencia, sin la cual nada podría existir.

Así, estamos destinados a entregarnos a su amor desbordante, que nunca se agota y del que podremos disfrutar sin reservas en la eternidad, junto con los santos y ángeles, en una alegría constante e incesante y en un gozo dichoso.