GLORIFICAR UNÁNIMEMENTE A NUESTRO PADRE

“Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús, para que unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 15,5-6).

He aquí la fuente más profunda de verdadera unidad entre nosotros, los seres humanos. Jesús conduce a los suyos a esta unanimidad cuando aceptan la gran oferta de amor del Padre, creen en su Hijo y le siguen. Esto glorifica a nuestro Padre y nos introduce en nuestra verdadera destinación, porque a esto hemos sido llamados. ¡Esta es nuestra verdadera alegría y mayor felicidad!

Todo esto no lo alcanzamos por nosotros mismos, aunque ciertamente estamos llamados a cultivar la gracia de Dios y a hacer todo lo que está en nuestras manos para no perderla. Pero fue el sobrecogedor amor de nuestro Padre el que nos llamó a la vida para hacernos partícipes de su dicha incomparable. Ya aquí en la tierra experimentamos un anticipo de la dicha eterna, que puede ser tan fuerte que nos haga capaces de dejar todo atrás por su causa. En la eternidad, nuestra dicha será el gozo en el Señor. El místico Enrique Suso lo expresó en una maravillosa frase en alemán antiguo, que resulta difícil de traducir, pero cuyo sentido es más o menos el siguiente:

«Oh, tierno Dios, si ya en tu criatura te encontramos tan amoroso, ¡cuánto más dichoso serás en Ti mismo!».

El amor de Dios es nuestro gran descubrimiento para el tiempo y para la eternidad. Nunca nos cansaremos de él ni disminuirá jamás. Todo lo contrario, ¡siempre aumentará! La alegría de Dios es colmarnos de sus bendiciones y que compartamos con Él la eternidad. ¡Oh, si tan solo los hombres lo supieran y volvieran a la casa del Padre! El cielo entero lo está esperando, y nuestro Padre nos está aguardando.