Rom 5,1-5
Lectura opcional para la memoria de Santa Catalina de Alejandría
Justificados, por tanto, por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos acceso en virtud de la fe a esta gracia en la que permanecemos, y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de Dios. Pero no sólo esto: también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado.
Realmente es un reto gloriarse en las tribulaciones, pues más bien tendemos a huir de ellas, y ésta es una reacción entendible. ¿Quién busca deliberadamente la tribulación? Por eso, estas palabras de San Pablo nos parecen extrañas en un primer momento, mientras que nos resulta mas fácil comprender el “gloriarnos en la esperanza de la gloria de Dios”.
Para entender este reto y enfrentarse a él de manera correcta, hay que tener una mirada sobrenatural; es decir, observar las cosas desde la perspectiva de Dios. Solo así podremos acercarnos a comprender lo que San Pablo quiso dar a entender a los cristianos de Roma, y lo que también a nosotros nos quiere decir.
Para acercarnos a comprender esta afirmación, conviene tener presente la distinción teológica entre la voluntad activa de Dios y su voluntad permisiva, es decir, aquello que Él permite que suceda. En su voluntad activa, Dios siempre quiere lo mejor para nosotros. Es evidente, por ejemplo, que Dios no quiso el pecado original ni las consecuencias que éste trajo consigo.
¡Dios nunca quiere el mal!
Pero, en vista de que el mal entró en el mundo y no puede simplemente ser erradicado, Dios se vale de ese mal en beneficio del hombre. Éste es un aspecto especial de su Omnipotencia: que Él puede usar nuestros extravíos e incluso nuestro pecado, integrándolos en su plan de salvación. ¡Por supuesto que esto no significa que podamos pecar y que no importa que nos extraviemos! Antes bien, quiere decir que Dios puede valerse hasta de estos males para el bien de aquellos que quieren seguirlo.
Es importante que tengamos presente este pensamiento para comprender correctamente la afirmación del Apóstol. Evidentemente Dios no quiere que seamos atribulados, que suframos interna o externamente, que tengamos que padecer enemistades por parte de otras personas… ¡Pero Él se vale de estas circunstancias para el bien de los suyos! Si, con la ayuda de Dios, soportamos la tribulación, especialmente cuando la padecemos por Su causa, entonces crecemos en una maravillosa virtud: la paciencia. Y este fruto es tan valioso que incluso uno puede gloriarse en las tribulaciones que Dios ha permitido, pues han sido el medio por el cual Él ha hecho surgir algo tan importante.
Ésta es una perspectiva muy espiritual, y normalmente presupone una profunda relación con Dios. Se entra, por así decir, en una nueva apreciación de la realidad, pues ya no se está enfocado solamente en prevenir el mal, sino que, en medio de la situación, uno dirige la mirada a Dios y a las intenciones que Él pueda tener al permitirla.
Podremos comprenderlo mejor con este ejemplo concreto: Todos nosotros estamos sujetos a distintas enfermedades. En el momento en que entra una enfermedad a nuestra vida, podríamos estar todo el tiempo ocupados en buscar la forma de deshacernos cuanto antes de este mal. Ahora bien, sin dejar a un lado los esfuerzos legítimos para recuperar la salud, la enfermedad puede convertirse en una escuela de paciencia y de confianza, si se la acoge a partir de la mano de Dios.
La enfermedad nos puede enseñar tantas cosas: por ejemplo, a aceptar nuestra fragilidad; a tener más presente lo pasajero de la vida; a conocer cómo reaccionamos ante ella; es decir, si nos quejamos mucho, si somos muy exigentes con los demás, si somos impacientes, si con nada nos contentamos, si tendemos a acusar, etc…
Una persona que no vive de forma espiritual podría justificar con la misma enfermedad sus actitudes equivocadas, aunque éstas no proceden de la enfermedad como tal sino del manejo que se le da.
¡Para una persona espiritual cambia la perspectiva! Ella sabe que, si Dios ha permitido esta enfermedad, es porque podrá sacar frutos de ella. Si en la enfermedad ha aprendido a trabajar en sus malas actitudes y las ha superado, al menos en parte, entonces se ha hecho mejor de lo que era antes de la enfermedad, y Dios se valió de esta tribulación para conducirlo hasta ese punto.
Pero el fruto no acaba ahí, sino que la lectura nos muestra que la paciencia, surgida al soportar la tribulación, lleva a la virtud probada. Esto significa que aprendemos a tomar siempre la actitud correcta frente a las dificultades de la vida y nos estabilizamos interiormente. Entonces, cuando aparecen las tribulaciones, ya no caemos en desesperación, sino que permanecemos cimentados en Dios. ¡De esta manera también somos fortalecidos para el combate espiritual!
Así, la tribulación fortifica también nuestra esperanza, una esperanza puesta en Dios, que no se pierde nunca y no nos deja sucumbir. Sea lo que sea que nos sobrevenga en nuestra vida, la esperanza como virtud teologal nos enseña que el Señor siempre está ahí, que todo está en sus manos y que Él lo llevará todo a buen término.