“Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos” (Sal 31,8).
¡Qué distintas suenan las palabras del salmo “fijaré en ti mis ojos” de la famosa frase “Big Brother is watching you” (“el gran hermano te está vigilando”) de una novela futurista de George Orwell! Dicho libro retrata un estado totalitario que vigila a sus ciudadanos y controla todos sus movimientos, como una imitación y perversión satánica de la mirada de Dios.
El verso del salmo, en cambio, habla de nuestro Padre Celestial, que vela con gran amor y cuidado sobre el camino de sus hijos. Así como una madre está atenta a cada movimiento de su niño recién nacido y se deleita en mirarlo, así los ojos de Dios se posan sobre nosotros con complacencia. Ciertamente, un niño pequeño necesita otro tipo de tutela, siendo así que aún no conoce el pecado. Pero siempre puede contar con la atención cariñosa de su madre, para que no le suceda nada.
Los ojos de Dios que velan sobre nosotros quieren señalarnos el camino hacia la eternidad para que no nos extraviemos. Por eso Él instruye a los suyos, conociendo los peligros a los que está expuesta cada alma, y nos concede el espíritu de consejo para que podamos reconocer y seguir sus caminos día tras día, hora tras hora. Sabemos que incluso tenemos un ángel a nuestro lado, al que Dios ha encomendado la tarea de acompañarnos con amor y protegernos de todo mal.
En una parte del Mensaje a la Madre Eugenia, Dios Padre se dirige a los jóvenes y les dice: “Estad seguros de que yo no os olvidaré, quince, veinte, veinticinco o treinta años después de haberos creado”.
¡Eso es seguro! La mirada amorosa de Dios vela sobre nosotros, pase lo que pase.