FIJAR LA MIRADA EN EL PADRE

“Mírame en la cruz, mira cómo mantengo la mirada fija en el Padre” (Palabra interior).

Tanto durante su vida terrenal como en la hora de su muerte, Nuestro Señor mantuvo la mirada puesta en el Padre. Todo se centraba en Él: cumplió su misión hasta el final para llevar a cabo la obra del Padre y su anhelo era volver a Él.

Si nos sumergimos en esta mirada del Señor en la cruz, nos adentramos más profundamente en la relación de amor entre el Padre y el Hijo. En la hora más extrema de abandono, que a su vez es la hora de su mayor prueba de amor, Jesús no tiene otro deseo que glorificar a Dios con su obediencia hasta la muerte. Vino para cumplir su voluntad, y es esta voluntad la que le sostiene en las horas difíciles de su Pasión. Es la entrega total a la santa voluntad del Padre.

En el seguimiento del Señor, estamos llamados a hacer lo mismo. Nunca debemos dejarnos engullir por la dificultad de la tarea que debemos cumplir, sino mantener siempre la mirada fija en el Padre y permanecer en la actitud de atención amorosa hacia Él. Esto es especialmente importante en las horas de cruz. Entonces, con la gracia de Dios, tendremos la fuerza para no bajar de la cruz y ser fieles hasta la muerte a la misión que el Padre nos ha encomendado.

Todo esto no podríamos lograr por nuestras propias fuerzas, sino solo en unión con el Señor y adhiriéndonos a su mirada fija en el Padre. También nosotros podemos anhelar estar unidos con nuestro Padre por toda la eternidad y, mientras estemos en camino hacia allá, fijar nuestra mirada en aquel hacia quien peregrinamos, como lo hizo nuestro Señor en la cruz.