Anunciar el Evangelio sin desfallecer

NOTA: Hoy escucharemos el salmo responsorial de la Fiesta de San Lucas. En el siguiente enlace puede encontrarse una meditación del Evangelio del día: https://es.elijamission.net/os-envio-como-ovejas-en-medio-de-lobos-2/#more-12463

Sal 145(144),10-11.12-13ab.17-18 

Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.

El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad.

La fiesta del Evangelista San Lucas nos invita a reflexionar una vez más sobre el infinito valor de la evangelización. Esto se torna aún más importante cuando notamos que a menudo el mensaje del Evangelio está siendo diluido, lamentablemente incluso por parte de la máxima autoridad de la Iglesia.

Si tenemos presentes las recientes declaraciones del Papa Francisco en Singapur, diciendo que todas las religiones son un camino hacia Dios (afirmación que volvió a subrayar pocos días después), hay que constatar que se trata de una contradicción fundamental al Evangelio y a la doctrina de la Iglesia, que no podemos aceptar, ni reinterpretar, ni relativizar.

Como las Sagradas Escrituras nos enseñan, el anuncio del Evangelio es un mandato de Cristo Resucitado a los Apóstoles (Mt 28,19-20) para que los hombres se salven, porque “no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos que ser salvados” (Hch 4,12).

La Iglesia naciente asumió esta misión y la cumplió a lo largo de los siglos, hasta el día de hoy. Siempre se tenía en claro que las palabras del Señor de que “nadie va al Padre sino por mí” debían entenderse tal como fueron dichas. El Espíritu Santo asumió la guía en la obra de la evangelización e impulsó a tantos misioneros a estar dispuestos a enormes sacrificios con tal de llevar la Palabra del Señor hasta los confines de la tierra y administrar los sacramentos. Incontables cristianos entregaron su vida por causa de la verdadera fe, profesando que no hay salvación sino en Jesucristo. Como dice el salmo, debían “manifestar a los hombres tu fuerza y el glorioso esplendor de tu reino: tu reino es un reino eterno, y tu dominio permanece para siempre.”

La insuperable obra de Dios es la de enviar a su propio Hijo para redimir a la humanidad a través de su muerte expiatoria en la cruz, pagando así el precio de rescate por los hombres para liberarlos del pecado y del dominio de Satanás.

Si la Iglesia dejase de anunciar esta verdad con toda sabiduría y autoridad, perdería su misión divina y empezaría a transformarse en una institución meramente humana o, en el peor de los casos, en una especie de anti-iglesia. En cambio, si sigue anunciando auténticamente el Evangelio y todo lo que de él se deriva, continuaría siendo la luz del mundo, aunque sea rechazada por los hombres.

El Señor ha enviado a sus discípulos a anunciar el Evangelio, incluso “a tiempo y a destiempo” (2Tim 4,2). Su mensaje no puede acomodarse y reinterpretarse hasta el punto de que sólo se lo presente como palabras sabias de las que cada persona puede sacar algo de provecho. ¡Esto no es suficiente! El Evangelio nos confronta a una decisión: ¿Queremos seguir al Hijo de Dios o no?

No cabe duda de que el anuncio del Evangelio no puede ir acompañado de coacción física o psicológica. También conviene que el mensajero tenga la virtud de la prudencia y una cierta empatía, para que pueda comprender la realidad de vida de las personas o valerse de sus convicciones religiones o filosóficas como punto de enganche para evangelizarlas. Sin embargo, nunca debe extinguirse en él el fuego del Espíritu Santo, que quiere que todos los hombres “lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). El Espíritu del Señor, que nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo, no quiere otra cosa. Él velará celosamente por que el Evangelio no sea distorsionado y cuidará de que el anuncio de la verdad no sea sustituido por un espíritu humano o incluso luciferino que a menudo quiere entrometerse y ponerse en su lugar. Una y otra vez nos recordará la esencia del mensaje del Evangelio y nos traerá a la memoria estas fuertes palabras, que pueden provocar una “separación de los espíritus”:

“Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciásemos un evangelio diferente del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Como os lo acabamos de decir, ahora os lo repito: si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡sea anatema!” (Gal 1,8-9).

Lo que necesitamos es un anuncio del Evangelio a todos los hombres, lleno de claridad y de caridad. Si se les proclama la verdad con la fuerza del Espíritu Santo, tal vez respondan a la invitación del Señor.

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