“Guárdame fidelidad y sé intrépido” (Palabra interior).
En estos tiempos difíciles que atravesamos, tanto a nivel del mundo que a menudo parece moverse hacia el abismo, como a nivel de la Iglesia, que se encuentra cada vez más desorientada, estas palabras tan sencillas nos señalan el camino a seguir.
Debemos permanecer fieles a nuestro Padre Celestial y, por tanto, también a todo aquello que Él ha encomendado a su Iglesia como tesoro de la verdad. Hemos de resistir a tantas tentaciones y errores, y eso sólo será posible si permanecemos en su Palabra y nos aferramos firmemente a ella, sin dejarnos cegar por opiniones, ideologías y fuegos fatuos.
Esta fidelidad debe ir de la mano con la intrepidez para defender la verdad, oportuna o importunamente. Ella consolidará nuestra fidelidad, que a veces es puesta a prueba. Intrepidez no significa precipitarse ciegamente en peligros innecesarios. Hubo situaciones en las que nuestro Señor mismo vio más conveniente retirarse que confrontarse abiertamente.
Sin embargo, la intrepidez significa siempre preservar intacta la verdad de la fe y dar testimonio de ella. Aquí es especialmente necesario superar los respetos humanos, que pueden convertirse en un obstáculo tan grande que incluso pueden llevarnos a renegar de nuestra fe, a debilitarla o relativizarla, para adaptarse a la opinión de las personas, para evitar confrontación, para no “llamar la atención”, etc.
Por muy amoroso y tierno que nuestro Padre sea con nosotros, Él no quiere que nos volvamos blandos y mimados. Como nos enseña el Apóstol San Pablo, no debemos permanecer como niños que no toleran más que leche (cf. 1Cor 3,2), sino que hemos de madurar para ser verdaderos testigos del Señor (cf. Ef 4,13). La fidelidad y la intrepidez hacen que nuestra fe se vuelva firme y que toda nuestra persona esté profundamente cimentada en Dios.
“Guárdame fidelidad y sé intrépido.”