NOTA: Debido a la extensión de la lectura de hoy, nos contentaremos aquí con un breve resumen de la misma, y les recomendamos encarecidamente leerla en su totalidad en el capítulo 3 del libro de Daniel (3,14-20.91-92.95).
El rey Nabucodonosor convocó a tres jóvenes judíos y les ordenó adorar una estatua que había erigido. Quien se negase, sería arrojado a un horno de fuego abrasador. Los tres jóvenes dieron un contundente “no”, y pusieron en Dios su confianza. Cuando el rey los hubo mandado arrojar al horno de fuego, de repente vio –en lugar de tres– cuatro hombres que caminaban entre el fuego sin sufrir daño. ¡Dios había mandado un ángel para preservar a sus servidores! Entonces Nabucodonosor los liberó y alabó a su Dios, que había realizado un milagro tan grande.
¡Qué extraordinario testimonio el de estos tres hombres que se negaron a obedecer una orden del rey que era contraria a su fe y cuya ejecución hubiera ofendido a Dios! La actitud intrépida de estos tres jóvenes y el milagro que Dios realizó a la vista de todos hizo que Nabucodonosor reconociera la verdad, aunque fuera tarde. A partir de ese momento, el rey no volvió a perturbar a estos israelitas; sino que se ocupó de ellos y, además, dio testimonio de la omnipotencia de Dios.
No cabe duda de que en estos tres hombres obraba el espíritu de fortaleza, al igual que en tantos mártires, cuyo radiante testimonio fortalece a la Iglesia.
Hoy en día, en el mundo entero los cristianos son los más perseguidos a causa de sus convicciones religiosas. Si leemos correctamente los signos de los tiempos, podemos suponer que esta amenaza aumentará aún más. No es solamente el Islam militante el que persigue a los cristianos y a todos los que se niegan a aceptar la doctrina de Mahoma. Existe también un cierto espíritu anticristiano, que actualmente se está reforzando. Este espíritu se presenta con diversas apariencias. A veces es agresivo; otras veces está camuflado tras un disfraz de cordero. Puede esconderse detrás de una misericordia mal entendida y erróneamente practicada; puede mostrarse como amigo de la paz y filántropo; pero lo que trama es precisamente lo que nos muestra la lectura de este día: alejar a los hombres de Dios y hacer que se vuelvan a todo tipo de ídolos, que en nuestro tiempo sólo tienen rostros distintos al de la estatua erigida por Nabucodonosor.
Para nosotros, como cristianos, es importante percibir y resistir a esta amenaza, que proviene también del mundo de la política y se infiltra incluso en la misma Iglesia en forma de un espíritu de relativismo.
No puede haber resistencia más fuerte que esforzarnos por vivir nuestra vida cristiana en santidad, transmitir el testimonio de Cristo y defender los mandamientos de Dios, las Palabras de Nuestro Señor y la auténtica doctrina de la Iglesia sin dejarnos intimidar. No es el mundo quien ha de impregnar a la Iglesia; sino que el mensaje del evangelio es la levadura que ha de convertirse en fermento para todos los pueblos. El mensaje del Señor no se ha modificado; por más que hayan cambiado las condiciones externas en el mundo.
Los tres jóvenes en el horno de fuego nos dan un fuerte mensaje: No hay nada que sea más importante que obedecer a Dios; por ningún precio se puede negar al Señor, aunque todos los poderes se vuelvan contra nosotros.
Sabemos muy bien que, con nuestras propias fuerzas, no seríamos capaces de tal testimonio. Por eso debemos prepararnos y armarnos, invocando frecuentemente al Espíritu de fortaleza. Cada vez que notemos que aún no profesamos y defendemos plenamente nuestra fe; cada vez que estamos en peligro de hacer concesiones, por miedo a autoridades de cualquier tipo, ¡invoquemos el espíritu de fortaleza! Así nos iremos entrenando para otro nivel de confrontaciones que podrían sobrevenirnos.
¡Que el glorioso testimonio de fe y fidelidad de estos tres hombres, así como la intervención divina en esta situación, nos fortalezcan para permanecer fieles a Dios pase lo que pase, y para resistir las insidias y asechanzas del Maligno, sea como sea que se presenten!