«Empuña el escudo de la fe y abraza con amor en tu corazón la hermosa y resplandeciente justicia de Dios» (Santa Hildegarda de Bingen).
La primera parte de esta frase la conocemos de la Epístola de San Pablo a los Efesios: «empuñar el escudo de la fe para apagar los dardos encendidos del enemigo» (Ef 6,16). Esto no solo se aplica a cualquier información engañosa que nos llega desde el exterior, sino también a cualquier pensamiento o sentimiento que las fuerzas del mal quieran susurrarnos al interior.
Nuestro Padre Celestial nos ha concedido la auténtica fe, sin recortes ni relativizaciones, como potente arma de defensa. En vista de los ataques a los que está expuesta la fe, ¡qué gracia y qué providencia que a la Iglesia se le haya confiado una verdad infalible en los dogmas! Por eso es importante recurrir a este escudo y, cuando sea necesario, acompañarlo de una enérgica exhortación: «¡Vade retro, Satana!», «¡Retírate, Satanás!».
En la frase de hoy, santa Hildegarda añade un segundo consejo importante que no se refiere directamente al rechazo del mal, sino a cultivar la vida interior de intimidad con Dios. Nos invita a meditar con amor la santa justicia de Dios y a abrazarla con el corazón, es decir, tenerla siempre presente, dar gracias y alabar al Señor por ella, y permitir que nos impregne profundamente como una gracia divina.
Es muy bueno combinar estos dos aspectos. De hecho, al profundizar en la vida interior, también nos volvemos más capaces de librar las batallas necesarias con el Espíritu del Señor. Esto es necesario para que nuestra defensa de la fe no se apoye primordialmente en nuestras fuerzas humanas, sino que la llevemos a cabo al modo de Dios y en su Espíritu. De hecho, cuando tenemos que lidiar con personas que yerran, es importante conquistarlas para la verdad. En este sentido, una relación viva y amorosa con el Señor conduce a una gran fecundidad en el apostolado.