Mt 7,15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producirlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.”
¡El peligro de ser engañados por falsos profetas es real, y Jesús nos advierte de ello con toda claridad!
Los falsos profetas de Israel no anunciaban la Palabra del Señor; sino que actuaban según sus propios intereses, muchas veces al servicio de los reyes (cf. p.ej. Ez 13,1-16). El auténtico servicio profético, en cambio, requiere de una gran libertad y jamás puede caer en dependencias; no puede tener una equivocada consideración con alguien, de manera que el profeta ya no transmita intacto el mensaje que Dios le ha encomendado anunciar.
La comparación con un lobo rapaz, que se presenta disfrazado de oveja, señala tanto el gran peligro de los falsos profetas, como también lo disimuladas y encubiertas que pueden estar sus verdaderas intenciones. Pero una vez que han conseguido adentrarse en el rebaño, devoran a las ovejas; es decir, que las destruyen y persiguen, tratando de alejarlas de Dios y aprovechándose de su inocencia.
Aparte de los muchos falsos profetas que han venido y que vendrán, tanto fuera como lamentablemente también dentro de la Iglesia, tendremos que estar particularmente atentos cuando aparezca el Anticristo o uno de sus precursores. De hecho, hay muchos fundamentos bíblicos acerca de que vendrá un Anticristo o incluso muchos anticristos. También hay buena literatura acerca de este tema. Uno de los escritos más conocidos sobre esta temática es el así llamado “Breve relato del Anticristo”, de Vladimir Solowjew. Otro es “El amo del mundo”, escrito por el sacerdote católico Robert Benson.
Para nosotros es importante detectar claramente las influencias anticristianas y denunciarlas, para que los fieles puedan defenderse con los medios apropiados. Para un católico que esté despierto, debería ser relativamente fácil identificar la influencia anticristiana en el mundo. Gracias al don de discernimiento y en la luz del Espíritu Santo, debería ser capaz de distinguir los constructos meramente humanos y ajenos a Dios, de lo que es verdaderamente obra del Señor. Consideremos, por ejemplo, la ideología de género, que con el solo raciocinio humano y, más aún, desde la perspectiva de la fe puede ser identificada como absurda. Sin embargo, no basta con reconocer que se trata de un error totalmente desviado; sino que además hay que detectar la obra de Satanás que se muestra detrás de esta ideología. Desde hace tiempo, él intenta abolir la diferencia entre varón y mujer, para confundir a las personas en la identidad con la que Dios los ha creado y querido. Aunque nosotros tengamos en claro los frutos negativos de tales ideologías, no podemos dejar de ver hasta qué punto se está adentrando en la sociedad para envenenarla, y cómo se está emprendiendo la ‘adoctrinación’ de la generación venidera.
Pero el discernimiento se vuelve más difícil cuando la “falsa profecía” se infiltra en la Iglesia o parece salir de Ella misma. En el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 675, dice lo siguiente:
“Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el ‘misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).”
Los falsos profetas pueden tener diversos rostros. Propagan en la Iglesia sus falsas doctrinas, que no corresponden a los dogmas de fe, que los cuestionan o ponen en duda. Pueden sacudir la fe en la presencia real de Cristo en la Santa Eucaristía; pueden relativizar el pecado, en nombre de una falsa misericordia. Los falsos profetas afirman, por ejemplo, que la homosexualidad practicada hace parte de la ‘normalidad’ humana, y exigen que sea aceptada por la Iglesia. Fomentan los abusos litúrgicos, de manera que se desvanece más y más la reverencia ante las acciones sagradas. Respaldan ideas mundanas y modernistas, y quieren reducir el anhelo de santidad principalmente a las obras de caridad.
Sin embargo, lo primero es el amor a Dios, y de ahí brotan las obras de amor al prójimo. La verdadera misión de la Iglesia, que consiste en llevar a los hombres a la vida eterna, jamás puede quedar en segundo plano; ni puede Ella orientarse primeramente hacia la dimensión horizontal.
Si estos falsos profetas quieren seducirnos a que renunciemos a proclamar el Evangelio a todas las naciones, como verdad absoluta y vinculante revelada por Dios, entonces se están oponiendo al mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28,19-20).
Si la “impostura religiosa” de la que habla el Catecismo, quiere darnos a entender que en las otras religiones se puede encontrar a Dios tanto como en el cristianismo, entonces está revelando claramente su rostro anticristiano.
En todo esto, está obrando el espíritu del Anticristo, para debilitar a la Iglesia y a su misión. De hecho, tenemos que lamentar una gran apostasía de la fe en muchas naciones que ya habían sido evangelizadas.
Por ello, es tanto más importante que recorramos el camino de seguimiento del Señor tan intensa y seriamente como sea posible; que permanezcamos fieles a la auténtica doctrina de la Iglesia; que cumplamos el encargo misionero que nos ha sido confiado por Dios y que defendamos la fe frente a todas las amenazas propias del espíritu del tiempo, tanto en el mundo como en la Iglesia.
Ya se ha introducido muchísimo veneno anticristiano en la Iglesia. Pero, con la ayuda de Dios, Ella será purificada y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella (cf. Mt 16,18). ¡En fe nos aferramos a esta certeza! Una vez que la Iglesia haya sido purificada, podrá enfrentarse con más fuerza a las influencias anticristianas en el mundo y será capaz de rechazarlas.