Evangelio de San Juan (Jn 14,15-23): «No os dejaré huérfanos»

 

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: el Espíritu de la verdad, al que el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce; vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros. Todavía un poco más y el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis porque yo vivo y también vosotros viviréis. Ese día conoceréis que yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él”. Judas, no el Iscariote, le dijo: “Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

Cumplir los mandamientos del Señor es la condición indispensable para vivir en el amor de Dios y, al mismo tiempo, mostrarle nuestro amor. Es el requisito fundamental para desplegar una verdadera relación con Dios. Por eso, la llamada a la conversión marca el inicio de un camino sincero con Él. Esto se aplica en todo tiempo, y quien pretenda relativizar los mandamientos del Señor se separa de su amor y corre el peligro de seducir a otros a hacer lo mismo.

Hoy, el Señor promete a los suyos el Espíritu Santo, que Él mismo pedirá al Padre para ellos. El Espíritu de la verdad permanecerá para siempre con los fieles y les recordará lo que Jesús dijo e hizo. Y no solo se lo recordará, sino que siempre les dará la fuerza necesaria para reconocer y cumplir la voluntad de Dios.

Sin embargo, solo quienes quieren escuchar la voz de Dios lo recibirán y percibirán sus susurros, mientras que el mundo no reconoce la presencia del Espíritu. De hecho, no puede reconocerlo porque no camina por la senda de Dios y a menudo se resiste a su llamada. Presta oído a otras voces que lo alejan del encuentro con Dios y lo cierran a Él. A menudo, este mundo se presenta como sustituto de Dios: sus placeres, sus metas pasajeras y todo tipo de distracciones nos alejan de lo que verdaderamente importa. De este modo, engaña a los hombres y los aprisiona.

El mundo apartado de Dios se convierte en enemigo del alma, sobre todo cuando la persona decide seguir a Jesús y comienza a llevar una vida espiritual. Si el cristiano no es consciente de esta enemistad y, en consecuencia, no renuncia al espíritu del mundo y lo trata con demasiada ligereza, su camino de seguimiento se volverá pesado, poco convincente y superficial. Incluso puede echar a perder su vida espiritual después de haber comenzado bien.

Precisamente aquí el Espíritu Santo prometido por Jesús se convierte en un guía irreemplazable y fiable, que permanece con nosotros y nos conduce cada vez más cerca de Dios a través de su presencia. Nos exhorta a lidiar con el mundo de tal forma que éste no pueda ejercer su influencia sobre nosotros y alejarnos del camino con Dios. Por eso debemos aprender a escuchar atentamente sus instrucciones.

De esta manera, Jesús no deja huérfanos a los suyos, pues la Tercera Persona de la Santísima Trinidad que Él nos envía permanece con nosotros en su inconmensurable fidelidad.

En vista de su inminente partida, el Señor asegura a sus discípulos que Él y el Padre vendrán a poner su morada en los corazones de sus fieles, de aquellos que guardan su Palabra. ¡Qué mensaje tan consolador e importante, tanto en ese entonces como hoy!  Incluso en tiempos de extrema tribulación —ya sea la expulsión de las sinagogas en aquel entonces o la persecución y el no poder confesar abiertamente la fe cristiana—, el Señor tiene todo previsto para los suyos, estén en la situación que sea.

Si los fieles se vieran privados del culto exterior y los bellos templos quedaran ocupados por poderes ajenos, seguirían teniendo acceso ilimitado a su santuario interior. Aunque se les amenace con prisión y sean marginados por causa de su fe, el templo que el Señor ha establecido en su interior seguirá abierto, y Dios reconfortará aún más con su presencia a aquellos que sufren persecución por su causa.

El Señor insiste una y otra vez en el amor. De hecho, este es el gran tema de la obra de la redención, que resplandece de muchas maneras en palabras y obras. Nuestro Padre no tiene otra intención que colmarnos de todo su amor como a hijos suyos. ¡Qué amor nos tiene Jesús para sobrellevar tantas fatigas y recorrer por nuestra causa el camino del sufrimiento trazado para Él! ¡Qué amor nos tiene el Padre para enviarnos a su Hijo predilecto! ¡Y qué amor nos tiene el Espíritu Santo para inculcarnos todo esto en lo más profundo de nuestro corazón!

Descargar PDF