Evangelio de San Juan (Jn 7,1-13): Jesús sube a Jerusalén a escondidas

Después de esto caminaba Jesús por Galilea, pues no quería andar por Judea, ya que los judíos le buscaban para matarle. Pronto iba a ser la fiesta judía de los Tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos: “Márchate de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque nadie hace algo a escondidas si quiere ser conocido. Puesto que haces estas cosas, muéstrate al mundo”. Ni siquiera sus hermanos creían en él. Entonces, Jesús les dijo: “Mi tiempo aún no ha llegado, pero vuestro tiempo siempre está a punto. El mundo no puede odiaros, pero a mí me odia porque doy testimonio de él, de que sus obras son malas.

Vosotros subid a la fiesta; yo no subo a esta fiesta porque mi tiempo aún no se ha cumplido”. Él dijo eso y se quedó en Galilea. Pero una vez que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió, no públicamente sino como a escondidas. Los judíos le buscaban durante la fiesta y decían: “¿Dónde está ése?” Y la gente hacía muchos comentarios sobre él. Unos decían: “Es bueno”. Otros, en cambio: “No, engaña a la gente”. Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de él por miedo a los judíos.

La vida de Jesús ya corría peligro. El odio de los judíos se había encendido contra Él porque éstos no estaban dispuestos a creerle ni a aceptar su testimonio. Aquellos que se mostraban hostiles con Él seguían al “padre de la mentira”, como posteriormente dirá Jesús con toda claridad: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra. Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir las apetencias de vuestro padre” (Jn 8,43-44).

Cuando te encuentras con la verdad, te enfrentas a una decisión. Si te abres a ella, traerá luz y claridad e invitará a la voluntad y también al corazón a seguirla. Si, por el contrario, te cierras a ella, la ceguera se irá apoderando cada vez más de ti. Lo mismo sucede en el encuentro con Jesús.

Esta ceguera puede adoptar rasgos muy peligrosos, como vemos en la actitud de los judíos hostiles hacia Jesús. Puede llegar al punto de querer eliminar al testigo de la verdad.

Jesús lo sabía y por eso no subió a Jerusalén en un principio. Sus hermanos querían persuadirle para que se mostrara públicamente en Judea. Sin embargo, no se lo decían porque estuvieran convencidos de la misión de Jesús y quisieran animarle. Antes bien, no creían en Él.

Aquí vemos nuevamente a Jesús compartiendo la suerte de los profetas, que a menudo eran odiados incluso en su propia familia o patria. El Señor señala el motivo de este odio al decir a sus hermanos: “El mundo no puede odiaros, pero a mí me odia porque doy testimonio de él, de que sus obras son malas.”

Hasta el día de hoy sigue siendo así.

En el Imperio romano, antes de que, gracias al edicto del emperador Constantino, cesara la persecución de los cristianos, éstos eran considerados enemigos de la humanidad. Se abstenían de ciertos pecados y prácticas comunes en el Imperio romano. No estaban dispuestos a ofrecer sacrificios ni al emperador ni a los ídolos. Todo esto lo hacían por causa de Jesús, y así quedaba de manifiesto que las obras del mundo son malas. Al ser testigos de la verdad de Dios, los cristianos eran considerados un estorbo y, en consecuencia, fueron cruelmente perseguidos.

¿Y qué sucede el día de hoy? Si los creyentes se aferran a la verdad revelada y dan testimonio de ella, siguen corriendo el peligro de ser perseguidos e incluso asesinados en algunos países del mundo. En el Occidente, que vive de la herencia de la fe cristiana, se está volviendo cada vez más difícil profesar la fe. En muchos países, el espíritu anticristiano ha influenciado tanto la opinión pública que un testimonio inequívoco y sin recortes, basado en el Evangelio y en la auténtica doctrina de la Iglesia, puede acarrear una persecución indirecta: aislamiento, marginación, ridiculización, etc.

Tampoco se puede omitir señalar que incluso dentro de la Iglesia y de la cristiandad, dependiendo hasta qué punto se ha dejado influenciar por un mundo anticristiano, se hace a un lado a aquellos que se oponen a este proceso de adaptarse a la mentalidad del mundo y se aferran a la verdad del Evangelio.

En cualquier caso, Jesús se vio compelido a subir en secreto a Jerusalén para la fiesta, debido a la hostilidad de los judíos. La gente lo buscaba y no había consenso sobre qué pensar de Él y de sus obras. Algunos hablaban a su favor; otros, evidentemente, se habían plegado al punto de vista de los líderes religiosos y creían que Jesús engañaba a la gente.

Pero nadie se atrevía a hablar públicamente por miedo a los judíos, lo que sugiere que el ambiente era muy opresivo.

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