EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,13-16): “No tenemos más rey que el César”    

Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey.» Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.» Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Esta es la hora de la máxima traición al Señor, que vino para redimir a la humanidad. Es una traición a Dios y al hombre, porque ¿cómo puede la criatura, amada por Dios, matar a su Creador?

Pilato, el procurador romano, había intentado varias veces sustraerse a esta traición contra el Señor. Incluso había escuchado cómo Jesús se llamaba a sí mismo «rey» y lo presentó como tal a los que querían su muerte: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Pero fue en vano. Movidos por un odio ciego, exigieron su crucifixión. Era como si hubieran perdido la cordura y estuvieran poseídos por el odio.

Pilato les preguntó una vez más: «¿A vuestro rey voy a crucificar?», y los sumos sacerdotes dan la respuesta que los desenmascara: «No tenemos más rey que el César».

¡No querían un rey divino! Preferían al emperador de la ocupación extranjera. Se podría decir que, primero, prefirieron a un salteador y homicida, luego, prefirieron a un emperador pagano y, aunque no estuvieran conscientes de ello, al fin y al cabo prefirieron al diablo antes que al Hijo de Dios.

Este pasaje recuerda a una reflexión que se ha hecho sobre la caída de los ángeles: Dios habría revelado a los ángeles su plan de que la Segunda Persona de la Trinidad se haría hombre para ser el Señor de los hombres y de los ángeles. Este plan habría enfurecido tanto a Lucifer que, desde entonces, se volvió contra Dios.

Si realmente fue así, entonces podríamos reconocer en el pasaje de hoy el odio de Lucifer contra el Hijo de Dios, sirviéndose del sumo sacerdote y de los otros enemigos del Señor para llevar a cabo su plan de iniquidad.

¿Y qué sucedió con Pilato? Tras los gritos llenos de odio de los judíos enceguecidos y su apelación al César, se rindió. Aunque, según el Evangelio de Mateo, Pilato se lavara las manos ante el pueblo y exclamara: «Soy inocente de esta sangre» (Mt 27,24), no deja de ser cómplice de la muerte del Señor. Nunca debió permitir que Jesús fuera crucificado. Hasta el día de hoy, en la profesión de fe de la Iglesia resuena su nombre asociado a la crucifixión de Jesús.

Con estas breves reflexiones sobre el pasaje de hoy, me detendré por ahora en la meditación sistemática del Evangelio según San Juan que hemos venido realizando a lo largo de los últimos meses. Solo faltan unos pocos versículos para llegar al relato de la crucifixión y resurrección del Señor, y reservaré esos capítulos para cuando coincidan con los tiempos litúrgicos.

Espero que las meditaciones sobre el Evangelio de San Juan hayan sido provechosas para muchos oyentes. Para todos nosotros han sido muy fructíferas y nos han acercado más al Señor.

Hasta la Semana Santa, aprovecharé las meditaciones diarias para dar algunas pautas sobre cómo podemos sacar el mayor fruto posible de este tiempo de Cuaresma.

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