Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «Salve, Rey de los judíos.» Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.» Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre.» Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él.» Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.» Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más.
Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?» Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?» Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.» Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.»
Pilato, el procurador romano, no pudo resistir a la presión de los judíos y mandó azotar a Jesús, a pesar de haber constatado que no había cometido ningún delito. La flagelación era un castigo cruel que dejaba gravemente herido a quien lo sufría. Pilato comete aquí una gran injusticia y se contradice a sí mismo. Si no encontraba culpa en Jesús, no podía aplicarle sin más este cruel castigo. En algunas expresiones de piedad cristiana, se asocia la flagelación de Jesús con el pecado de la impureza, que ofende a Dios, despoja al ser humano de su dignidad y desata una cadena de desgracias. Jesús sufre este castigo en expiación por la lujuria de los hombres.
Pero, por si no fuera suficiente, los soldados se burlaron de Jesús y lo deshonraron. Por desgracia, esto sucede con demasiada frecuencia. A las víctimas no solo se les roban sus derechos, sino que también se las quiere despojar de su honor, con lo que se pretende destruirlas a todos los niveles. Detrás de tales actos se puede percibir la influencia de las fuerzas del mal, que incitan a los hombres a cometer tales crueldades denigrantes, pues los únicos límites que su malicia conoce son los que Dios mismo les pone.
Pilato declara que no encuentra ningún delito en Jesús. Evidentemente, estaba impresionado por Él y quería evadir aquella situación. Sin embargo, los sumos sacerdotes y los guardias le exigieron su crucifixión. No mostraron ningún tipo de compasión ni sensatez. Sobre Jesús recayó todo el odio de los enemigos de Dios: tanto el de los demonios, que estaban en el trasfondo, como el de aquellos que se dejaban influenciar por ellos y se entregaban a sus malas inclinaciones. Todo esto tuvo que soportar nuestro Señor.
Pilato no quería condenar a Jesús a morir crucificado. En realidad, quería deshacerse cuanto antes de esa situación que le superaba, así que dijo a los judíos que lo tomaran ellos mismos y lo crucificaran. Sin embargo, a los judíos no les era permitido hacerlo, a pesar de que entre ellos ya habían dictado sentencia de muerte contra Él. El procurador romano oyó ahora de boca de los judíos esta sentencia: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.»
Entonces, Pilato se atemorizó aún más. ¿Qué podía estar pasando en su interior? Él no podía entender todo aquello y ahora tenía que enfrentarse a la acusación de los sumos sacerdotes contra Jesús, que afirmaba ser Hijo de Dios. Entonces quiso interrogarle, pero el Señor no le respondió. Pilato, sorprendido por su silencio, le dejó claro que él tenía el poder de soltarlo y de crucificarlo. Sin embargo, Jesús reveló la verdadera realidad desde la perspectiva de Dios: Pilato no tiene poder por sí mismo. Es Dios quien tiene en sus manos todo el poder, del que hace partícipe al procurador con su posición. Como gobernador romano, debe ejercer este poder con justicia en esta situación. En esto, Pilato fracasará. Sin embargo, los que se lo entregaron tienen mayor culpa.
Una vez más, Pilato intenta liberar a Jesús. Si lo hubiera hecho, habría actuado con justicia y no habría abusado del poder que le fue confiado. Pero los judíos le tendieron una trampa de la que no pudo escapar. Sabían cómo atraparlo y fueron tensando cada vez más el lazo. Intuían cuál era su punto débil y en qué podía ser susceptible a la corrupción: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.»
Aunque Pilato intentó una vez más liberar a Jesús, ya estaba roto por dentro. La amenaza de que, al soltarlo, se opondría al César había surtido efecto y serviría para que Pilato acabe cediendo ante los enemigos de Jesús.