EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 16,16-24): “La verdadera alegría”  

“Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”. Sus discípulos se decían unos a otros: “¿Qué es esto que nos dice: ‘Dentro de un poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’, y que ‘voy al Padre’?” Y decían: “¿Qué es esto que dice: ‘Dentro de un poco’? No sabemos a qué se refiere”. Jesús conoció que se lo querían preguntar y les dijo: “Intentáis averiguar entre vosotros lo que he dicho: ‘Dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver’. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste porque ha llegado su hora, pero una vez que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda del sufrimiento por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo. 

Así pues, también vosotros ahora os entristecéis, pero os volveré a ver y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.”

Con su discurso de despedida, Jesús sigue preparando a sus discípulos para su partida. Mientras el mundo alejado de Dios se alegrará por su muerte, los discípulos llorarán y se lamentarán. Pero, cuando sean testigos de su resurrección, su tristeza se convertirá en alegría. Aunque quedarán confundidos ante su prendimiento y crucifixión, aunque aún no entiendan muchas cosas que ahora les dice, su dolor dará paso a una alegría que perdurará para siempre.

Los discípulos no siguieron a un falso profeta, sino al Enviado del Padre. Por tanto, se cumplirán en ellos las palabras de Jesús: nadie podrá quitarles la alegría de conocerle y de haberle seguido. Es la misma alegría que experimentamos hasta el día de hoy cuando seguimos a Jesús y vivimos conforme a la verdad. En el mundo hay tantas voces que reclaman nuestra atención, pero una sola cosa es esencial: escuchar al Hijo de Dios y recibir su gracia.

Si nos aferramos a esta certeza, podremos resistir en los tiempos de confusión que corren, e incluso saldremos de ellos fortalecidos. En una época en la que las seguridades externas desaparecen cada vez más, desmoronándose incluso ante nuestros ojos, se vuelve más íntima aún la relación con el Señor.  Podemos pedir al Padre en el nombre de Jesús y sabernos cobijados en esa maravillosa unión entre el Padre y el Hijo. Aquí nos encontramos con la fuente inagotable de alegría, y no hay nada más importante para el hombre que vivir en esta unidad.

Recordemos que el Señor da estas reconfortantes instrucciones a sus discípulos directamente antes de su muerte. Judas ya se ha puesto en camino para traicionar a Jesús y sus enemigos están decididos a matarlo. Al Señor le queda poco tiempo para animar a sus discípulos, y eso es precisamente lo que hace en sus últimas horas. En efecto, su inminente muerte no es el fracaso de su misión, como sus enemigos quisieran que fuera, sino que es su consumación, la fuente de la que brotará la vida nueva para la humanidad.

No pocos fieles consideran la crisis actual de la Iglesia como una especie de «crucifixión» del Cuerpo místico de Cristo, en la que también se manifiesta el espíritu de traición de Judas. Observan con preocupación cómo las influencias modernistas debilitan a la Iglesia, haciendo que se desvíe cada vez más de su camino, a veces hasta el punto de que se vuelve irreconocible.

En tales tiempos, es importante aferrarse aún más a las palabras de Jesús y permanecer firmes en la verdad. La Palabra del Señor y la auténtica doctrina de la Iglesia son el remedio para que los fieles salgan fortalecidos de crisis existenciales como la actual, al igual que los discípulos permanecieron fieles al Señor a pesar de toda su debilidad, por gracia de Dios. En el nombre de Jesús, podemos pedir al Padre esta fidelidad y ponerla en práctica día tras día. ¡Él nos la concederá!

Recordemos que el criterio por el que nos regimos no es el mundo, sino el Señor y la Sagrada Escritura, que nos exhortan: “No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar” (Sal 145,3).

Por tanto, hemos de elevar la mirada y no dejarnos confundir por la densa sombra que se cierne sobre el mundo y la Iglesia. Esto es precisamente lo que el Señor quería de sus discípulos, sabiendo muy bien que la traición de Judas y todos los acontecimientos que le siguieron serían una dura prueba para ellos. En tales etapas, el Señor está muy cerca de sus fieles, que en el fondo estarán agradecidos por haber sido considerados dignos de atravesar tales pruebas y permanecer fieles a Él (cf. Hch 5,41).

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