Evangelio de San Juan (Jn 12,44-50): “La palabra de Jesús juzga”

Jesús clamó y dijo: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo”.

Muchas personas no comprenden aún la trascendencia de la venida de Jesús al mundo, primero para los judíos, que llevaban siglos esperando al Mesías, y después para todos los hombres. Quizá algunos piensen que la religión es simplemente un asunto privado, apto solo para quienes se sienten atraídos por ella.

Sin embargo, si nos fijamos en la humanidad, constataremos que, de una u otra forma, la mayoría de las personas buscan a Dios y este anhelo está profundamente arraigado en sus corazones, pues Dios mismo lo sembró en ellos. Muchas personas aún no conocen la verdad y no han recibido o no han asimilado el mensaje del Evangelio. Aunque posean la luz del entendimiento, en virtud de la cual pueden concluir la existencia de Dios y reconocerlo en las obras de la creación (cf. Rom 1,20), aún no han tenido ese encuentro personal con el Señor que Él, en su bondad, dispuso para cada uno y que es tan necesario para todos sin excepción. No pocas personas han sido instruidas en otras religiones y, por tanto, aún no han recibido la gracia del encuentro con Jesús, por lo que su conocimiento de Dios puede ser aún muy difuso o están engañados por los ídolos. En todo caso, su religión no es la verdadera.

Jesús, enviado por nuestro Padre Celestial, anuncia con convicción que Él es el Hijo de Dios y, por tanto, el Mesías esperado. Su venida implica el juicio para el mundo. Jesús insiste una y otra vez en que aquellos que creen en Él son atraídos por Dios Padre y siguen la verdad.

En el pasaje de hoy, nos lo dice con mayor precisión aún: la palabra que Jesús pronuncia por encargo del Padre Celestial es la verdad. Esto es lo decisivo para cada persona. Quien se abre a la verdad, abre las puertas a la luz que vino a este mundo. Esta luz es Jesús mismo, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). Quien la deja entrar, ya no permanece en la oscuridad del pecado, sino que despierta de las tinieblas del desconocimiento o de la ignorancia sobre Dios y deja atrás la confusión y el engaño. En la Persona de Jesús, encuentra la verdad para la que ha sido creado y que empieza a transformarlo todo. Si cree en el Hijo de Dios, la vida divina se despierta en él. Bajo el influjo de la gracia divina, escuchará las palabras de Jesús y las seguirá. Entonces se empieza a cumplir el santo designio que Dios trazó para su vida. Gracias a la obra del Espíritu Santo, la persona despierta a la verdad de su filiación divina y vive como tal. El Espíritu Santo, que ha empezado a obrar en la persona que ha abrazado la fe, la va modelando a imagen de Cristo.

En cambio, si una persona se cierra a la verdad que se le ofrece en Jesús, entonces ya tiene quién la juzgue, como deja en claro el Señor: “Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día.”

Nadie puede vivir en contra de la verdad sin sufrir un daño muy profundo. Si se cierra deliberadamente a la verdad, no solo perderá el sentido de su vida terrenal, sino que, como señala la Escritura, puede condenarse para toda la eternidad y perder la vida imperecedera con Dios.

Por tanto, cada persona ha de recibir el mensaje de la salvación, conforme a la voluntad de Dios. Es necesario que el Evangelio le sea anunciado con autoridad y autenticidad, y ésa es la misión que Jesús ha encomendado a la Iglesia. Es preciso anunciar la verdad para que todos los hombres puedan recibir el gran regalo de la misericordia de Dios.

Precisamente en el tiempo actual esto se ha vuelto muy posible gracias a la amplia difusión de los medios de comunicación, aunque también sea necesario que los misioneros acudan presencialmente a los diferentes lugares para que las personas tengan acceso a los sacramentos, siempre que sea posible.

Así como Jesús nunca tiene reservas a la hora de subrayar que ha sido enviado por el Padre Celestial, la Iglesia tampoco puede olvidar que la evangelización es el mandato divino que debe cumplir. Siempre debe ser consciente de ello para evitar el peligro de adaptarse al espíritu del mundo y de relativizar o incluso abandonar la verdad que le fue confiada en aras de una falsa unidad. Si esto sucediera, habría fallado en su misión.

Por el contrario, es necesario que lleve adelante la misión que el Señor recibió de su Padre para que los hombres se encuentren con la verdad y alcancen así la salvación.

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