“ESTANDO AÚN LEJOS, EL PADRE NOS VE”  

«Cuando aún estaba lejos, le vio su padre y se compadeció» (Lc 15,20).

Todos conocemos la conmovedora parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32), que tras haber malgastado su herencia, regresa a la casa de su padre. Éste lo recibe con alegría y celebra una fiesta por haberlo recuperado. Entendemos bien que esta comparación nos transmite algo de la verdadera imagen de nuestro Padre celestial.

En efecto, el Padre celestial nos espera, y tantas veces tiene que ver cómo nosotros, los hombres, despilfarramos nuestra herencia divina, como el hijo menor de la parábola.

Pero la amorosa paciencia de nuestro Padre no se rinde y, cuando aún estamos lejos, ya nos ve llegar. Esto no solo se refiere a una distancia física, sino también al alejamiento espiritual del ser humano con respecto a Dios.

Cuando el hombre reconoce su miseria, cuando empieza a admitir que ha emprendido caminos equivocados y comienza a buscar a Dios, aunque sea mínimamente, el Padre lo ve llegar desde lejos. Nuestro Padre conoce su corazón y su aflicción, y percibe hasta la más sutil disposición a la conversión. Él ha acompañado con amor a su hijo pródigo y ha visto todos sus descarríos. No se ha cansado de llamarlo y, ahora que da el primer paso de regreso, le envía todas las gracias que necesita para avanzar por ese camino.

Quizá este hijo que «estaba perdido y ha sido encontrado» se convierta ahora en uno particularmente dócil, dispuesto a custodiar con celo su herencia y a corresponder a su dignidad de hijo del Rey Celestial. Así, también pondrá en práctica las palabras que el rey San Esteban —cuya fiesta se celebra hoy siguiendo el calendario tradicional— dirigió a su hijo Emerico:

«Hijo mío, si quieres hacer honor a la corona real, te ordeno y te aconsejo que preserves concienzuda y cuidadosamente la fe católica y apostólica».