“Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel! No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero” (Sal 80,9-10).
Estas palabras de nuestro Padre no son menos importantes para nosotros hoy que en su tiempo para el Pueblo de Israel. Si obedecemos a nuestro Padre, su Espíritu puede modelar fácilmente nuestra vida, porque el Señor quiere llegar a la unión de corazones con nosotros. Para ello, el prerrequisito indispensable es que le escuchemos y obedezcamos.
En alemán existe una palabra muy hermosa: “Lauschen”, que describe una actitud de escucha sumamente atenta. Aplicándola a la relación con el Señor, significa que uno centra toda su atención interior y exterior en el Padre. Esta actitud de escucha está marcada por el amor. También podríamos decir que en la persona ha despertado el amor a Dios.
En el verso del salmo que hoy escuchamos, nuestro Padre pronuncia una advertencia, sabiendo muy bien que su Pueblo corre el peligro de alejarse de Él y de caer incluso en idolatría. Para que esto no suceda, Israel debe centrarse en Dios y escucharle atentamente, mover sus palabras en el corazón, recordar los milagros y portentos que Él obró a su favor y traerlos una y otra vez a la memoria.
Esto cuenta también para nosotros. ¡Con qué facilidad perdemos de vista a nuestro Padre y el corazón se queda en las cosas pasajeras! ¡Cuánto cuidado debemos tener de no negligenciar las prácticas de nuestra vida espiritual! No debemos olvidar que nuestra naturaleza caída tiene una inclinación al mal. Hoy en día, los ídolos pueden adoptar todo tipo de formas, pero su meta es siempre la misma: apartar nuestro corazón de Dios.
Es entonces cuando debemos recordar la exhortación del Señor a escucharle y a centrar nuestro corazón en Él.