“¡ESCUCHA LA VOZ DEL SEÑOR EN TU CORAZÓN!”

«Cuando contemplas en el fondo de tu corazón lo que te digo, sacas un provecho mucho mayor que si leyeras muchos libros. Oh, si las almas quisieran escuchar mi voz cuando les hablo en el fondo de sus corazones, en poco tiempo llegarían a la cumbre de la santidad» (Del Diario de Sor Faustina).

Nuestro Padre Celestial no solo nos habla a través de la Sagrada Escritura, de la voz de la Iglesia y de diversos acontecimientos, sino también en lo más profundo de nuestro corazón. Para percibir su voz, debemos aprender a escuchar en el silencio.

Santa Juana de Arco exclamó en su juicio, encontrándose frente a un gran número de eruditos que querían tacharla de hereje: «Yo leo en un libro que vosotros no conocéis». Sin duda, se refería a la voz de Dios, que le hablaba directamente al corazón y le transmitía cosas que no se encuentran en los libros. Podría tratarse del misterio del amor de Dios por su criatura y de todo lo que quiere comunicarle.

Eso es también a lo que se refiere la frase que el Señor dirigió a santa Faustina.  Nuestro Padre quiere comunicársenos de forma directa, de corazón a corazón. Sus palabras siempre están imbuidas de gracia, que despliega su eficacia cuando les prestamos atención. Sin embargo, se necesita tiempo para aprender a escuchar a Dios. Aquí no es el entendimiento el protagonista, sino el corazón, el amor. Un solo instante de contacto directo con nuestro Padre ilumina y calienta nuestro corazón, y en su Espíritu podemos comprender las cosas de forma inmediata y directa, sin las limitaciones de la razón.

Pensemos en un amor hermoso, cuando los corazones se encuentran. Con una mirada y un gesto, el amante puede expresar su amor mejor que si intenta explicarlo detalladamente. A eso me refiero.

En relación con nuestro Padre celestial es aún más fácil. Su amor por nosotros siempre está ahí y, en cuanto nos encuentra receptivos, puede fluir desde su corazón y tocar el nuestro. Nuestra alma lo percibe y se aquieta «como un niño en brazos de su madre» (Sal 130,2).

Y este conocimiento interior de su amor no está reservado únicamente a algunas almas privilegiadas, sino que Dios quiere transmitírselo a todos sus hijos en cuanto aprenden a escuchar y a permanecer en su presencia. ¡Entonces el camino de la santidad se vuelve más fácil!