“Jesús le dijo a Pedro: ‘Envaina tu espada. ¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado?’” (Jn 18,11).
¿Acaso no podemos comprender la reacción de Pedro? En el huerto de Getsemaní, tuvo que ver con sus propios ojos cómo apresaban a su amado Maestro. ¿No debería defenderlo? ¿No estaría demostrándole así a Jesús su amor, su fidelidad y también su valentía?
Ciertamente es así, Pedro. Pero Jesús es diferente y primero hay que aprender a conocerlo… Tú, Pedro, lo experimentaste: el amor humano no es lo suficientemente fuerte. Necesita la luz del Espíritu Santo, para que la sabiduría penetre en el alma del hombre, de modo que llegue a ser fuerte en Dios y capaz de soportar los sufrimientos que le sobrevienen en el camino de seguimiento del Señor.
Jesús no tiene en vista su autodefensa ni espera que sus discípulos lo protejan con armas. Lo que tiene en vista es la Voluntad de su Padre Celestial. Él habría podido enviar legiones de ángeles para librar a su Hijo de la mano de sus adversarios (Mt 26,53). Pero no era ésa la intención del Padre.
El Padre quiere salvar a la humanidad por medio del amor. No quiere ver a su Hijo triunfando con una espléndida victoria como la de los reyes; sino ofreciéndose a sí mismo como cordero por la humanidad. Por tanto, querido Pedro, ¡nada de armas!
No resulta fácil de entender, ¿no es así, Pedro? A nosotros, los hombres, nos gustan las batallas. En efecto, Dios tampoco nos exime de ellas, pero en el seguimiento del Cordero tienen un carácter distinto. Son distintas así como también nuestro Rey y su Padre son distintos a los reyes de este mundo. Por tanto, querido Pedro, envaina tu espada y refrena tu temperamento.
Debemos cambiar nuestra forma de pensar. Nuestro Padre quiere que, al igual que su Hijo, tengamos nuestra mirada puesta en Él. Esa es nuestra tarea. También nosotros tenemos que aprender a beber nuestro cáliz. Tú, Pedro, lo aprendiste y permaneciste fiel al Señor hasta la muerte. Nos mostraste que, con la fuerza de Dios, esto se torna posible. ¡Gracias! Ayúdanos a permanecer fieles al Señor y a luchar solamente con la espada del Espíritu (Ef 6,17). ¡Esto le agradará a nuestro Padre!