ENTREGARSE AL PADRE SIN RESERVAS

“Dame, Señor, lo que me pides y pídeme luego lo que quieras” (San Agustín).

Con la mirada puesta en nuestro Padre Celestial, podemos pronunciar confiadamente esta oración, que nos mueve a entregarnos completamente al Señor y a no negarle nada. A menudo todavía vacilamos a la hora de confiarnos sin reservas a nuestro Padre y nos aferramos al fundamento aparentemente sólido de nuestras inclinaciones naturales. Tal vez incluso puede haber un cierto temor de que nuestro Padre pudiese pedirnos algo que no estaríamos dispuestos a darle.

Es aquí donde debemos invocar el espíritu de fortaleza, que nos hará capaces de dar estos pasos y luego nos acompañará para ponerlos en práctica en la vida diaria, consolidando así nuestra determinación. El Espíritu del Señor también nos recordará que nuestro Padre nunca nos pide algo sin darnos al mismo tiempo la gracia necesaria para cumplirlo. Una vez que, gracias al espíritu de fortaleza, hayamos dado estos pasos y superado cualquier posible incertidumbre y temor ante lo que podría sobrevenirnos, podemos pedirle con valentía a nuestro Padre que nos comunique todos los deseos de su corazón y nos diga lo que quiere de nosotros.

Entonces, en lugar de la ansiedad, puede brotar una alegre expectación ante lo que nuestro Padre tiene planeado para nosotros y una profunda gratitud de poder servirle más profundamente. Esto se aplica también a aquellas cosas que no podemos prever.

Así va creciendo nuestra familiaridad con el Padre y nuestro diálogo con él se vuelve más natural y libre de vagos temores, en lugar de los cuales se arraiga una creciente confianza, aunque a veces experimentemos recaídas.