“ENTRÉGAME TODO”

“Entrégame todo lo que quiera agobiarte. ¡Yo soy tu Padre!” (Palabra interior).

¿No es acaso una gran contradicción si, a pesar de conocer a nuestro Salvador y experimentar la bondad de nuestro Padre Celestial, seguimos pareciendo abatidos y deprimidos en la vida? ¿Acaso no sabemos adónde ir con nuestras culpas? ¿Ignoramos cuán dispuesto está Dios a perdonarlas una vez que nos arrepentimos sinceramente?

Entonces, ¿por qué andamos abatidos? ¿Por qué a menudo carecemos de la alegría natural y espiritual?

Tal vez seguimos llevando nosotros mismos las cargas que hace mucho debimos haberle entregado al Señor. De hecho, Él mismo nos dice: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28).

Esto no significa que desaparezcan las cruces en nuestro camino. Pero, ¿cómo las sobrellevamos? ¿Unidos al Señor? ¿O intentamos superarlas con nuestras propias fuerzas?

¿Cómo lidiamos con los pensamientos y sentimientos melancólicos y sombríos? ¿Acudimos de prisa al Señor para hablarle de lo que nos agobia y permitir que Él toque estos sentimientos, mitigándolos o incluso eliminándolos por completo? ¿O les damos cabida en nuestra alma, para que echen raíces y disminuyan nuestra alegría de vivir, volviéndonos así cada vez más abatidos, perjudicando a nuestra alma y convirtiéndonos en una carga para nuestros seres queridos?

¿Le permitimos a nuestro Padre liberarnos de estos pensamientos y sentimientos? ¿O es que nos hemos acostumbrado a ellos a tal punto que gozan de una especie de “derecho de ciudadanía” en nuestra alma?

El Señor nos invita a acudir a Él con todo lo que nos agobia, especialmente con aquellos constructos de pensamiento y estados emocionales que se dirigen contra el amor, contra la vida, contra nosotros mismos y contra otras personas. ¿Tal vez incluso contra Dios mismo?

“Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” –nos exhorta San Pablo (Fil 4,4). ¡Pero esto sólo será posible si llevamos ante el Señor todos los estados malhumorados y ofuscados de nuestra alma, todas nuestras sombras y pecados! La invitación de nuestro Padre sigue en pie…