“Vuestra medida no son las sombras; sino el fuego de mi amor” (Palabra interior).
Si no cerramos nuestros ojos, percibiremos la densa sombra que se cierne sobre el mundo. En efecto, el mundo no tiene paz, y las fuerzas destructivas se extienden cada vez más en él. Sin embargo, no debemos caer en la tentación de enfocarnos en las sombras y de tomarlas como medida de nuestro pensar y sentir, uniéndonos así a ellas. Esto causaría desesperanza e incluso desesperación.
Nuestra mirada, en cambio, ha de elevarse hacia nuestro Padre Celestial, en quien está nuestra verdadera e indestructible esperanza. Su amor es más fuerte que todas las tinieblas. Si no fuera así, no habría enviado a su Hijo al mundo para redimirnos, para quebrantar el poder de la oscuridad y llamarnos de vuelta a casa en su Reino eterno.
Día a día hemos de cobrar consciencia de este incomprensible acto de amor de Dios, aplicándolo en las situaciones que parecen no tener salida. ¡El amor triunfará, porque es la vida! La sombra no permanecerá para siempre, porque no tiene vida en sí misma.
El amor triunfó en la Cruz, en cuanto que nuestro Padre nos expresó su “sí” inquebrantable en la hora más oscura de la humanidad y manifestó el fuego de su amor frente al odio y la ceguera. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” –exclama el Hijo de Dios en la cruz (Lc 23,34), abriendo así el camino del perdón para todos aquellos que están dispuestos a acogerlo.
Estas palabras permanecen en pie hasta el final, atravesando las tinieblas con su luz. Quien no cierre su corazón, se encontrará una y otra vez con el fuego de este amor y hallará en él su hogar, aun en medio de la sombra de este mundo. Entonces las tinieblas pierden fuerza y se nos convierten en un reto para penetrarlas con el fuego del amor que nuestro Padre ha encendido en nuestro corazón.