EN TU LUZ VEMOS LA LUZ

 

“En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz” (Sal 36,10).

Nuestro Padre quiere abrir nuestros ojos para que podamos ver. Como se relata en el Evangelio, nuestro Señor devuelve la vista a los ciegos (Mc 10,46-52). Pero un regalo aún más grande de su amor es concedernos la luz de la fe, abrir nuestros ojos espirituales y permitirnos ver con los ojos de Dios. ¡Qué diferencia con respecto a la ceguera espiritual, que impide a las personas encontrar el camino hacia Dios! Y aún más fuerte es la ceguera espiritual cuando los hombres viven en pecado. ¡Que el Señor los arrebate del poder de las tinieblas (Col 1,13) y los conduzca a su luz admirable (1Pe 2,9)!

Esta “apertura de nuestros ojos” se profundiza en la medida en que dejamos que la luz de la fe penetre en nosotros y la seguimos. Entonces la luz del Señor comienza a atravesar cada vez más las sombras de nuestra alma y nos purifica, de modo que aprendemos a entender más y más el amor de nuestro Padre Celestial. Esto es lo que los místicos describen como el “proceso de iluminación”.

Es en la luz del Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, en la que vemos la luz de Dios. Cuando empiezan a actuar en nosotros sus dones de entendimiento y sabiduría, nuestra alma se regocija porque puede comprender cada vez mejor a su Creador y Redentor, y reconocer progresivamente a su Dios como Él es en verdad, volviéndose cada vez más capaz de responder a su amor.

Se dirigirá a su Padre con la más profunda gratitud y jamás dejará de alabarlo, aclamando con alegría: “En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz.”