“En ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz” (Sal 35,10).
El salmo habla de aquella fuente que es también un tema recurrente en el Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio. Allí nos invita a beber de ella e incluso a arrojarnos en el “Océano del amor de Dios”. Es la fuente de amor que mana del Corazón de nuestro Padre.
“Me mostró el río de agua de la vida, claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1).
Esta fuente está siempre abierta para nosotros, pues el amor de Dios no se seca ni se agota jamás. Antes bien, nos colma de dicha y nos renueva después de cada caída, cuando volvemos arrepentidos a la fuente de la vida. Nuestros ojos interiores se abren en cuanto bebemos de esta fuente y saboreamos el amor de nuestro Padre. Su luz nos hace ver la luz, y entonces reconocemos que el Señor todo lo hizo por amor y que éste es el origen de todo lo creado. Nada puede subsistir sin él, todo se marchitaría careciendo de él. No hubo otra motivación para el Padre al llamar a la existencia a toda la Creación más que la de hacerla partícipe de su amor.
Tu luz, Señor, nos hace ver la luz. Tú también nos abres los ojos para contemplar la luz increada, que eres Tú mismo. En tu luz, cada cosa adquiere su lugar, su sentido, la particularidad que le viene de ti. Siempre nos encontramos con tu sabiduría y sólo podemos maravillarnos.
Este asombro no cesa jamás. Se expresa en una alabanza que nunca se apaga y que, junto con los ángeles, elevamos hasta el Trono de tu gloria.
¡Así eres Tú!
Sólo en tu luz somos capaces de verte como eres en verdad, y pasaremos la eternidad entera maravillados, contemplándote de faz en faz, en adoración e infinita gratitud. Ya no habrá noche y a nuestro alrededor estarán todos aquellos que respondieron a tu amor.