«[A través de mi Espíritu Santo, permanezco] en el alma de todos aquellos que están en estado de gracia» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Qué indecible gracia es la inhabitación divina, de la que deberíamos cobrar más consciencia cada día: el Padre y el Hijo nos han enviado al Espíritu Santo para que more en nuestra alma, iluminándola con su luz y adornándola con sus dones. Intentemos imaginar la alegría que Dios experimenta en un alma que coopera con su gracia. Debe de ser un deleite para nuestro Padre, como también se complació al ver la obra de su Creación, y especialmente al hombre. El simple hecho de que podamos ser causa de tanta alegría para Dios es motivo suficiente para dejar atrás toda tibieza y vivir para agradarle. ¡Qué ayudante tan fuerte y, a la vez, tan dulce nos envía el Padre para que habite en nuestras almas!
«Cuando te unes al Espíritu Santo, Él derrama sobre ti la gracia de la adopción como hijo de Dios, hace que tu alma sea cada vez más partícipe de la vida divina y te adhiere cada vez más a sí mismo en una creciente comunión con el Padre y el Hijo, de manera que, como dijo Jesús, “seamos consumados en la unidad” (Jn 17, 23)» (P. Gabriel de Sta. María Magdalena, Intimidad Divina).
Así implora Sor Carmela del Espíritu Santo:
«Hazme dócil y dispuesta a seguir tus impulsos. No permitas que desoiga uno solo de ellos y ayúdame a serte siempre fiel. Haz que sea cada vez más recogida, silenciosa, sumisa a tu guía divina y receptiva a tus toques divinos. Condúceme a lo más íntimo de mi corazón, allí donde has establecido tu trono, oh amable huésped divino, y enséñame a velar constantemente en la oración».